Como te lo cuento:: November 2006

Thursday, November 23, 2006

UMBRAL

Se detuvo ante la línea de luz anaranjada que escapaba por debajo de la puerta. Anoche, esta mañana, hace un mes, había disfrutado imaginando el camino que unía su dormitorio con aquel arañazo luminoso que ahora se le antojaba infranqueable. Nunca antes había estado allí, e incomprensiblemente el descansillo le pareció distinto. Se acercó hasta rozar la madera con la punta de la nariz. Y esperó.

Aquella tarde Lucía tenía más prisa que nunca. El tiempo en general y su despertador en particular se esforzaban por demostrar que a veces Madrid corre con un cuerpo de ventaja. Sus tacones martillearon la ciudad, produciendo en la hora de la siesta el efecto de un cuchillo de sierra cortando un pan recién horneado. Subir las escaleras con la sensación de que eran los peldaños los que la bajaban a ella, y llegar a la reunión para rodearse de uniformes grises le hizo sentirse como un pez de colores en el centro de un salón con chimenea, separado de un entorno incomprensible por un medio tan transparente como la realidad misma. Murmuró una disculpa ininteligible, consciente de que nadie la escuchaba, y se giró para conocer por fin al que sería su nuevo jefe. Ojos que se clavan en otros ojos. Chimenea. Cuchillo. Madrid. Despertador. Todos los conceptos de lo que hasta ahora había sido la vida flotaron inconexos a su alrededor, con la artificialidad de las plantas falsas del fondo de los acuarios. El impacto visual tuvo el efecto de un choque frontal contra una pared invisible. Nadó a través de eso que un día creyó llamar “reunión”, observando las bocas que gesticulaban sin producir sonido alguno, esas manos que se movían hacía ella sin tocarla, las narices aplastadas en vano contra un ecosistema que no les pertenecía. Quiso levantarse y abandonar la sala, o quizá sólo deseó quererlo, pero el mismo destino que había traído la parte más importante de su pasado y la había sentado al otro lado de la mesa de un atardecer madrileño, la mantuvo anclada en su silla. Se dejó llevar por la corriente de los meses hasta llegar a uno de los tantos cementerios de su memoria, años atrás. Conoció a Raquel como se conoce el propio cuerpo en la adolescencia: asomándose a sí misma cada día, explorándose una y otra vez para verificar que seguían produciéndose cambios inexplicables en un terreno de sobra conocido, y también, cómo no, sintiéndose más mujer que nunca. La vio y se enamoró, o quizá fue a la inversa. Se dedicó a estudiarla con la mal disimulada lujuria de los que se saben incapaces de cruzar ciertas puertas. Raquel disfrutó siempre de saberse observada, y esperó pacientemente un encuentro que nunca llegó a producirse. Sorprendentemente, y con la misma decisión con la que inició el ascenso por las escaleras de su relación con Raquel, Lucía se detuvo en el punto exacto del descansillo en el que el final de sus pies comenzaba a rozar el umbral amoroso. Había apenas acariciado el pomo con el dorso de las manos, de ambas, y después se había retirado con la vergüenza velada del que, una vez conseguida la victoria, se siente demasiado pequeño para abarcarla. Desapareció, con la destreza y rapidez que sólo sabe darte la cobardía. Hasta entonces, hasta esa mesa, hasta esa tarde roja y gris que sonreía mientras la observaba en silencio desde el otro lado del cristal.

Anochece en una enorme ciudad. Podría ser cualquiera, pero es Madrid. Un descansillo. Una mujer sola. Una nariz que se apoya en la madera de una historia a la que no está segura de pertenecer. Espera. Un observador atento se percataría de que no sabe bien qué.
Nadie la ve pulsar el timbre, pero la puerta se abre. A través de una ranura abismal, se vislumbra fugazmente un gemelo de mujer, cubierto por la rejilla de una media negra, y un pie diminuto que corona lo alto de un infinito tacón .Sale una mano de dentro, de muy dentro, que cruza con violencia ese territorio de nadie que constituye el umbral. Se unen, entonces y por fin, caricia y caricia, acuario y chimenea, mujer y mujer. Desaparecen los cuerpos... y se cierra la puerta.

Thursday, November 09, 2006

EL BINOMIO FANTÁSTICO: AZUL Y EXASPERACIÓN.


Observó con exasperación la raya azul que arañaba el fondo blanco inmaculado del test de embarazo. Parpadeó varias veces. Aquella línea continuó acusándola como la boca de un buzón en el que nunca se echan cartas. Positivo. Claudia sentada. Claudia sentada desnuda. Claudia sentada desnuda en el suelo del baño. Los segundos, los minutos y las horas se le colgaron del pelo mojado. Empleó toda la vida en incorporarse. Se lavó los dientes mirando a la desconocida que la imitaba en el espejo. Pensó en vestirse, pero la ropa pesaba demasiado. Cuando salió al pasillo sólo llevaba puesta el agua. Desde el salón, a años luz de distancia, llegó el sonido de unos pasos que se apresuraban. De golpe, como si el dueño de los pies hubiera recordado algo, su velocidad disminuyó hasta hacerse políticamente correcta. Los pasos se convirtieron en pies. Los pies en preguntas.

“Negativo” -dijo Claudia- “Como siempre”.

El cuerpo, al contrario que las palabras de David, no intentó disimular una decepción que se había convertido en rutina hacía tiempo. Volver al salón. Encender la tele. Fingir que la veían. Todo un ritual que Claudia y David agradecían en silencio. Ella, desnuda por fuera, se sorprendió pensando que era quizá el único vestigio de complicidad que quedaba en su matrimonio. Allí, sentada en el sillón y unida a su marido sólo por un falso intento de concebir, se sentía como un calcetín al que tienden con otro distinto para ahorrar una pinza. Unidos al azar en la cuerda verde que cuelga de la vida como una sonrisa burlona, esperando reencontrarse con su auténtica mitad en el cajón. Ella, vestida sólo por dentro, sabía que ya no eran más que una pareja desparejada. Y no iba a permitir que nada retrasará la mano que los descolgaría por fin.

Claudia escucha el silencio de las palabras no dichas, y se imagina atreviéndose. Girar el cuello, abrir la boca y cambiar su vida. Ponerle sonido a esa película muda que lleva años proyectándose entre los dos. Se ve haciendo las maletas. Se ve llamando a alguien, el mismo alguien sin cara que viene a recogerla horas después y le ofrece un sofá en un salón que no reconoce. Se ve viajando al pasado sin echarlo de menos. Se ve en otro baño, mirando otro azul sobre fondo blanco. Se ve...y ambas Claudias sonríen. Cuéntaselo ahora, le dice aquella a la mujer sentada en un presente gris. Dile cuantos bebés no han nacido esperando a que tú encontraras valor para dejarlo todo. Dile que cada vez que pones fin a un embarazo en silencio sientes que la pinza se afloja un poco más. Dile que ya sabes que la vida es ahora...pero que ahora acaba siendo siempre después.

David escucha el silencio de las palabras no dichas, y se imagina atreviéndose. Aún está digiriendo el alivio que le ha causado la noticia. Le cuesta creer que el destino continúe dándole plazo tras plazo antes de convertir la situación en irreversible. El mismo desconoce la razón que le indujo a sugerirle a Claudia que tuvieran un hijo. Sólo recuerda que se arrepintió casi al instante. Alguien le dijo que la vida es eso que te pasa mientras haces otras cosas. Ahora, en el sofá empapado por una mujer que ya no reconoce como suya, imagina. Se ve saliendo de casa y cerrando tras de sí la puerta...del descansillo y de tantos sitios. Se ve amando otros cuerpos sin tener que esconderlo, como lleva años haciendo. Se atreve incluso a verse vistiendo de otro modo, sentado en el despacho que cree merecerse. Se ve...y calla.

Se hace de noche en una ciudad cualquiera, donde una pareja se acuesta dejando olvidada una raya azul en el baño. Dos sombras que podrían ser las de ustedes, cerrando unos ojos que llevan mucho tiempo sin abrirse. Una mano que se alza y apaga con un botón tantas cosas. Dos mentes que antes de dormirse se preguntan en silencio que será ese algo que flota en el aire de todos los días. Una vida que pasa.