Como te lo cuento:: March 2007

Thursday, March 15, 2007

LO MISMO

Siempre tomaba dos. Dos vinos, dos cortados, dos whisky solos. No parecía habituada a quedarse con las ganas. De nada. Durante períodos acudía al bar casi a diario. Mesa junto a la ventana. Sentada con la espalda erguida, un libro. Dos, quiero decir. Impecablemente vestida, impecablemente peinada, impecablemente impecable. Discurso y edad, impredecibles. Una vez le pregunté que a qué se dedicaba. Sonrió como sólo saben hacerlo las mujeres maduras, y entonces entendí que no tendría más de 25 años. –“Ahora hago un poco de todo. Pero es temporal. Cuando sea mayor pienso ser escritora”. Desapareció igual que aparecía: de repente. Pero la frase quedó. Era una de esas mujeres que saben olvidarse algo a propósito. “Cuando sea mayor...”.

Años más tarde....llovía. Cerré sin percatarme de que nunca volvería a abrir el bar de la misma manera. Fue uno de esos momentos a los que a uno le gustaría volver. Justo, justo antes de lo irrepetible. ¿Por qué tendrán esos instantes la costumbre de presentarse en situaciones siempre repetidas?. Mentimos al decir que nos gustaría rememorar el cambio. Lo que de verdad queremos es volver al yo, al que éramos entonces y ya no somos más. Por suerte o por desgracia, esta vida va sobre nosotros. Me atrevería incluso a afirmar que va sobre mí. De pequeño inventé un juego que todavía practico: antes de viajar a un sitio por primera vez disfrutaba inventando hasta el último de sus detalles. Todo. Casas, personas, pomos de puertas. Durante mi estancia empleaba cada noche en mantener intacta en mi memoria la imagen preconcebida que había traído conmigo. Superponía realidad y ficción tanto tiempo cómo era posible, antes de terminar olvidando por completo aquello que creía que iba a encontrar para sustituirlo por lo que de verdad encontraba. En contra de lo que muchos piensan, la experiencia jamás decepcionaba. No era un “esto debería haber sido”. Es más simple que eso. Era otra oportunidad. ¿No es acaso lo que andamos siempre pidiendo a gritos?. Volviendo a aquella noche, a la única noche con su única lluvia, diré que primero fue el olor. Oí, degusté y palpé su olor. La imaginé esperando en la acera de enfrente, bajo una farola de luz casi onírica, entre el amarillo y el rosa. Después me giré. La vi esperando en la acera de enfrente, bajo una farola de luz casi onírica, entre el amarillo y el rosa. Y entonces ya supe. Pretendí no saber, claro. Pero la cuestión es que yo ya no era yo. Y eso se nota después, por supuesto...¿pero quién no pagaría por revivir la metamorfosis?. Nacemos y morimos con un único anhelo: que el intervalo la albergue.

Recuerdo que hablamos. Recuerdo que poco. Ni muerto sabría decir sobre qué. Una calle a oscuras, un farol naranja sobre dos espaldas cada vez más empapadas. Almas que buscan cuerpos. Desde entonces, cada vez que el cielo anuncia tormenta me viene a la cabeza una frase dicha por alguien importante: “Lo había imaginado cientos de veces, nunca así...y sin embargo no eché nada en falta”. Caminamos hasta mi apartamento como lo hace la gente feliz. No recuerdo haberme cansado nunca tanto subiendo cinco pisos en ascensor. Buscamos la cama porque la necesitábamos, como se necesita comer, y dormir, y saber. Encontramos en el otro lo que llevábamos tanto buscando en nosotros mismos. Y no bastó. Hay momentos en la vida en que se te otorga el conocimiento único de saberte en tu lugar. Estás justo donde estás. Encajando, en el sentido más físico del término. De hecho, no se concibe significado (¡ni mundo!) más allá de lo físico. Y si reconoces el instante es precisamente porque te faltan palabras para agradecerlo suficiente. Huecos que se llenan, sombras que se aclaran...y ese tipo de sexo que empieza a llamarse de otra manera. Noches que duran toda la vida. De nuevo, por suerte o por desgracia. Antes de marcharse, sólo preguntó: “¿De qué hablarías tú si te pidieran que escribas sobre “Lo Mismo?”. No contesté. Entonces, quiero decir.


Años más tarde...llovía. Eran otra ciudad, y otra edad. Ambas a kilómetros de distancia. Cogí un tren, miré por la ventana, la vi. Impecablemente vestida, impecablemente peinada, impecablemente impecable. Con dos libros en el bolso, seguro. Dentro de un vagón, con algo que se parecía a un mar de vías separándonos. Supe que acababa de llegar de algún sitio y ya se disponía a partir hacía el siguiente. Era ese tipo de persona. Sonreímos. El uno al otro, quiero decir. Caminamos hasta el descansillo. Intentamos infructuosamente abrir las puertas. Movió la boca varías veces. Supongo que yo también. No entendimos. Mi tren comenzó a moverse. Maldita manía ésta de la vida, la de siempre seguir. Sopló en el cristal y escribió con el dedo. Recuerdo haber leído algo sobre el hecho de que los verdaderos escritores lo hacen siempre con la mano. Escribir, quiero decir. Deletreó: “S-o-y m-a-y-o-r”. Entonces ya supe. “¿E-s-c-r-i-b-e-s?”. “De todo”-respondió-“Excepto de “Lo Mismo”. Creo que sigo sin comprender...”. Nunca leí el final de la frase. Es por eso que nacemos, ¿no?. De ahí la eterna rebelión contra la Muerte. Viajamos con la perenne sensación de que nos queda algo por terminar de leer. Yo sí entendí. A qué nos referimos cuando hablamos de “Lo Mismo”, quiero decir. Y por eso lo escribo.

Wednesday, March 07, 2007

EL AGUJERO

...Se sudaban, se arañaban, se acoplaban, se mordían, se chupaban, se bebían, se resbalaban entre los dedos, se encontraban, se absorbían, se expulsaban, se mordían el labio inferior, se descuartizaban, se arqueaban las cejas, se arrojaban por la nuca, se desordenaban. Y después se dormían...

El agujero apareció de repente. En medio del salón. No era muy hondo ni muy ancho. No era muy nada. Era negro. Así se describen todos los agujeros en literatura, pero sólo algunos lo son verdaderamente. No repararon en él hasta que Chica metió un pié dentro. Lo miró sorprendida. Un agujero es a un salón lo que una lengua a un salvapantallas, una bailarina a un desierto, un costura a un periódico. Esperó a que llegara Chico y le interrogó sobre su procedencia. Intentó que no se notara el reproche en su voz. Chico miró el agujero. No le pareció ni muy hondo ni muy ancho. Negro. Le preguntó extrañado a Chica que para qué había hecho un agujero en el suelo del salón. Chica respondió que si había sido la primera en formular la pregunta era precisamente porque ella no era la autora. Intentó que se notara el reproche en su voz. Hablaron un rato, no llegaron a ninguna conclusión y decidieron olvidar el asunto. Después se quedaron en silencio. Se retiraron asumiendo la culpabilidad del otro.

...Se enroscaban como tuercas, se diluviaban, se cosían con el pelo, se lamían, se fragmentaban, se fundían, se transformaban, se dislocaban y comían, se enclavaban, se miraban a los ojos, se los sacaban, se escribían, se inscribían, se leían, se jugaban, se perdían. Y después se dormían...

Al día siguiente el agujero había cambiado. Era más hondo y más ancho. Igual de negro. Se miraron y dijeron cuatro palabras a la vez. “Yo no he sido”. Después se quedaron en silencio. Chico sugirió que quizá hubiera estado allí desde el principio. “Qué absurdo”-respondió Chica-“En el salón. Cuenta de que tiene un agujero en el salón. Nadie compra una casa sin darse cuenta de que tiene un agujero en el salón”. “Lo ha vuelto a hacer”-pensó Chico- “Ha empezado la frase por el final. Últimamente lo hace a menudo”. No dijo nada. Decidieron juntos que no tenía importancia. Se separaron pensando que sí la tenía. Y comenzaron a vigilarse mutuamente. “Si continúas metiendo la mano para tocar el fondo lo haces más hondo”-decía Chica. “Si caminas tan cerca del borde lo haces más ancho”-decía Chico.

...Se subían por la espalda, se escondían, se buscaban, se miraban como si nunca se hubieran visto antes, se exploraban, se reconocían, se sabían, se arrancaban, se recorrían sentados frente a frente, se enloquecían, se deletreaban en el vaho del espejo, se atisbaban, se apuntaban, se buscaban con los dientes, con las uñas, con las plantas de los manos. Y después se dormían...

La primera cosa que hicieron el amanecer del tercer día fue correr al borde del agujero. Sin duda, era más grande. Dedos del pié de Chico a la derecha, dedos del pié de Chica a la izquierda, negro en medio. Y empezaron a gritarse. “ Sólo has podido hacerlo tú”- dijo Chica. “Sólo has podido hacerlo tú”- dijo Chico. Después se quedaron en silencio. Chico añadió: “De los dos se ha levantado. Juntos. Sabemos que ninguno de las dos se ha levantado. Hemos dormido juntos. Sabemos que ninguno de los dos se ha levantado.” “Lo ha vuelto a hacer”-pensó Chica- “Ha empezado la frase por el final. Últimamente lo hace a menudo”. No dijo nada. Decidieron que debía ser una tercera persona, por lo tanto, la que entraba en su casa por las noches para hacerlo cada vez más y más profundo. Tapiaron entonces las ventanas, sellaron las puertas, corrieron cerrojos, taponaron chimeneas y escaleras secundarias. Aislados. Satisfechos. Encerrados y solos. Ellos, y el agujero.

...Se enloquecían, se marcaban la piel, se susurraban, se tiraban del pelo, se yuxtaponían, se verbalizaban, se disgregaban, se anochecían y volvían a amanecer, se bostezaban y sacaban la lengua, se admiraban, se conocían, se acariciaban el uno al otro las rodillas, se curaban, se ponían de puntillas, se chocaban a propósito, a deshoras, se encajaban mandíbula con mandíbula. Y después se dormían...

El cuarto día Chico y Chica no entraron en el salón. No podían. No había suelo. Hablar de “agujero” dejó de tener sentido. Era un espacio limitado por cuatro paredes cuya base se encontraba a varios metros de profundidad con respecto al resto de la casa. Seguía siendo negro. Chico y Chica se miraron asustados. Pasaron el día sentados en los bordes, pies, tobillo y rodilla colgando dentro. Hablaron. Más bien poco. “¿Ahora y hacemos qué?-dijo Chico. “¿Qué cambias por palabras orden el?. Entiendo no te”. Respondió Chica. Y después, se quedaron en silencio.

...Se pintaban, se duchaban, se lanzaban a correr cuesta arriba, se tocaban el piano, se limpiaban la humedad, se encalaban los techos del cuerpo, se barrían las esquinas del deseo, se enchufaban, se perdían, se tejían, se sumaban, se construían, se creaban, se recreaban, se destruían, se empezaban, se acababan, se soñaban, se exprimían, se arrugaban, se disfrutaban, se paseaban, se escalaban, se tapaban de la lluvia. Y después se dormían...

El quinto día no les hizo falta levantarse para ver el salón. Podían hacerlo desde el dormitorio. No había paredes. Chica empezó a llorar. Chico intentó consolarla, pero de su boca salió un discursó ininteligible hasta para él mismo. Entonces también lloró él. Primero sollozó en voz muy baja, como si no quisiera disturbar. Después todo su cuerpo comenzó a agitarse de una forma que recordaba al centrifugado de una lavadora. Chica articuló varias palabras sin sentido. Después decidió abandonar. Y, no pudiendo hacer otra cosa, se quedaron en silencio. Dentro de su dormitorio sin paredes, al borde de un salón sin suelo.

...Se desvestían, se acercaban, se añadían, se encaminaban, se probaban, se asomaban al mismo balcón, se estremecían, se desvivían, se nevaban, se contaban con las uñas, se mareaban, se entrecortaban, se modulaban, se caían, se metían dentro, se asfaltaban, se contraían, se afinaban, se afanaban, se desdibujaban, se sostenían, se devoraban. Y después se dormían...

El sexto día amaneció en la oscuridad. Chico y Chica permanecieron en la cama, cogidos de la mano. Su semblante no denotaba señal de alarma, sus ojos sólo reflejaban resignación. Estaban en al centro mismo del agujero. El interior de la casa había perdido suelo, paredes y todos sus muebles a excepción de la cama. Desde la profundidad en la que se encontraban no podían alcanzar ventanas ni puertas, pero aunque lo hubieran logrado no hubieran conseguido abrirlas, pues ellos mismos se habían encargado de cerrarlas herméticamente. Se despertaron en silencio y permanecieron en silencio. Durante minutos, o quizá años. Chica se dio cuenta de que ya no recordaba el momento en el que vio el agujero por primera vez. También llegó a pensar que quizá Chico tuviera razón y estuviera allí desde el principio. Chico fue incapaz de identificar el momento en que dejaron de entenderse. Le vino a la mente un período previo en al que parecían decírselo todo al revés, pero ni siquiera estuvo seguro de no haberlo soñado. En silencio. Continuaron en silencio. Por años, o quizá minutos ........................................................................................................................ Y entonces, como si hubiera recordado de pronto algo que tiene desde hace tiempo en la punta de la lengua, alguien alza la mano, y toca. Y otra vez se enredan, se interponen, se adjetivan, se despiertan, se acurrucan, se enlentecen, se detienen, se reanudan, se inmiscuyen, se zambullen, se entremezclan, se desatan, se discurren, se descubren, se sienten, se desmembran, se arrinconan, se superponen, se enquistan, se derriten...Y después, no se duermen, sino que continúan y se hilan, se rebosan, se huelen, se creen, se perdonan, se remiendan, se miran a través del agua, se lamen, se cristalizan, se concluyen y se vuelven a empezar, se convierten, se reciclan, se transforman, se deshielan, se progresan, se trocean, se regurgitan...y de golpe, o poco a poco, se entienden, y a través de las ventanas abiertas entra el mundo en forma de luz, y aquello que pisan es y siempre ha sido el suelo, y es su casa, y es su cama, es su salón inmerso en un silencio muy distinto al anterior. Y comprenden...justo antes de quedarse dormidos.

Thursday, March 01, 2007

Pensamiento fraccionado

Mis amigos dicen que si pensar en como pienso me lleva al no-pensamiento eso es lo que debo escribir. También que “el vacío es forma y la forma es vacío”. A veces creo que entiendo la frase. Otras no creo nada. Es fácil hablar de estar triste cuando no se está triste. Es fácil hablar de estar triste cuando se quiere estar triste. Pero cuando la tristeza llega, se para frente a ti y en un único movimiento se instala, entonces escribirla se vuelve simplemente imposible. Todo se vuelve simplemente imposible. Identificamos la tristeza cuando la incapacidad se materializa en agua que nace de los ojos. Identificamos la tristeza cuando la conciencia del yo duele. Cuando ya no queremos ser. Identificamos la victoria de la tristeza cuando ya no recordamos en qué momento empezamos a estar tan cansados.


Mis amigos van al cine para ver “la cobardía del valiente; la fealdad del bello”. Es la película de vida, por lo visto. El día en que se comprende se alcanza la mayoría de edad. El bueno ya no pasa los castings de “Bueno” ni el malo de “Malo”.Ya no somos eso. Nunca lo fuimos. La diferencia es que ahora ya no jugamos más. Pero aquí sentada, pensando en como pienso a través del no-pensamiento, me gustaría comprarme un billete de ida hacía el País del Exilio, donde los imagino a todos, actores jubilados y felices, protagonistas de su propia ficción; de esa vida que ya no vende pero que tanto añoro.


Mis amigos hacen exámenes que constan de dos partes, con derecho a un tema de escape. Describen, primero brevemente, algún tipo de explosivo nuclear. Después, a grandes rasgos, la abundancia relativa de elementos químicos en el sistema solar. Dan valores aproximados para las secciones eficaces de dispersión. Demuestran que la emisión espontánea de un pión es imposible. Hallan las energías emitidas por N núcleos al pasar del segundo estado de excitación al fundamental. Manejan acciones de partículas relativistas libres. Discuten, de forma comparativa y escueta, la “Teoría canónica de perturbaciones”. Relacionan la localización y la deslocalización. Utilizan el “Principio de Incertidumbre”. En otras palabras...hablan de mí.