Buscando a Magda
Yo tampoco recuerdo como nos conocimos, así que voy a contártelo:
La imaginaria falda azul de cuadros que llevaba aquel día se me pegaba a los muslos. El sudor ácido que empezaba a formarse entre la tela y la piel dotó al vagón entero de una cualidad húmeda que no acerté a definir. Fiel a mi creencia de que el movimiento personal imprime velocidad al mundo, jugueteé incansable con los botones de la prenda nueva, sin sospechar que un poco más tarde, mil veces más tarde, mil veces más, tus dedos me la estarían quitando.
Cuando sonó el teléfono agradecí que aún existieran cosas en el mundo que ni 200 metros de tierra logran sepultar. Cien rostros en sus cien asientos continuaron mirando al frente. Observé sorprendida la pantalla, sin identificar el número, pero encontré congruente responder a una llamada que, según la realidad vigente, no debería estar existiendo. Al descolgar supe, absurdamente, que fuera, arriba, llovía, y desde entonces cada vez que me quitas la falda siento el inequívoco olor de la tierra mojada en la cara.
“Magda?”-dijiste...dijo una voz.
“Magda”-respondí.
Supe que no era mi nombre pero sí mi llamada. Más que saberlo, lo sentí como siento tus manos perderse en mis piernas, sin jamás quitarme la falda, ni los cuadros, ni el azul.... Pero qué importa un nombre en un andén anónimo de una día olvidado, en el que se adivina a una chica sentada, encorvada sobre una conversación que no le pertenece y apretando entre los muslos el calor asfixiante del agosto de una ciudad cualquiera. Verifiqué con urgencia el lugar y la hora del encuentro incorrecto, consciente de que las conversaciones que nunca han existido tienden a interrumpirse de forma inesperada. Me levanté protegiéndome de esa lluvia irreal que intuía sin ver, como te intuyo a través de la tela de la falda que siempre me dejas puesta, aún cuando la ropa interior de ambos ya descansa en el suelo, y tus pies en mis pies y tu pelo en mi pelo.
Subí saltando los peldaños de tu estudio, con la deliciosa certeza de que pronto me resultarían familiares. Tu descansillo, o más bien el calor angustioso que se filtraba a través del cristal que hacía las veces de techo, se me antojó enorme. En un único gesto que recuerdo a la perfección, pulsé el timbre, me alisé la falda.... y esperé al fotógrafo.
Alguien me dijo una vez que no se pueden regalar fotos eternamente. Se equivocaba. Se equivoca.
Pronto los disparos de la cámara se mezclaron con palabras y las transformaron en gestos, para después perderse en tus labios y buscarse en los míos. No recuerdo casi nada de aquellos primeros instantes que al imaginar creo. Soy consciente, sin embargo, de que en mi desnudez continué llevando la falda, y sé que de pronto todo giró en torno a ella. Mis dedos te acariciaban a través de la tela, tu lengua bordó el perímetro de mi cintura sintiendo la aspereza del tejido y las bragas recorrieron mis piernas despidiéndose del cálido nido que las envolvía. No acierto a reproducir tu cara, a sentir tus caderas clavándose en las mías o a imaginar tus huellas marcándome el cuerpo...y sin embargo recuerdo la falda, única, estática en medio del caos, más real que nunca en su inexistencia. Aquel mágico centro de gravedad fue de pronto responsable de cuatro miembros y cuatro ojos con tres lunares, de dos mentes en un solo cuerpo, y de la tormenta que brotó de sus entrañas de algodón y nylon.
Te regalo nuestras fotos de una lluvia de agosto...para que nunca más se te olvide.
La imaginaria falda azul de cuadros que llevaba aquel día se me pegaba a los muslos. El sudor ácido que empezaba a formarse entre la tela y la piel dotó al vagón entero de una cualidad húmeda que no acerté a definir. Fiel a mi creencia de que el movimiento personal imprime velocidad al mundo, jugueteé incansable con los botones de la prenda nueva, sin sospechar que un poco más tarde, mil veces más tarde, mil veces más, tus dedos me la estarían quitando.
Cuando sonó el teléfono agradecí que aún existieran cosas en el mundo que ni 200 metros de tierra logran sepultar. Cien rostros en sus cien asientos continuaron mirando al frente. Observé sorprendida la pantalla, sin identificar el número, pero encontré congruente responder a una llamada que, según la realidad vigente, no debería estar existiendo. Al descolgar supe, absurdamente, que fuera, arriba, llovía, y desde entonces cada vez que me quitas la falda siento el inequívoco olor de la tierra mojada en la cara.
“Magda?”-dijiste...dijo una voz.
“Magda”-respondí.
Supe que no era mi nombre pero sí mi llamada. Más que saberlo, lo sentí como siento tus manos perderse en mis piernas, sin jamás quitarme la falda, ni los cuadros, ni el azul.... Pero qué importa un nombre en un andén anónimo de una día olvidado, en el que se adivina a una chica sentada, encorvada sobre una conversación que no le pertenece y apretando entre los muslos el calor asfixiante del agosto de una ciudad cualquiera. Verifiqué con urgencia el lugar y la hora del encuentro incorrecto, consciente de que las conversaciones que nunca han existido tienden a interrumpirse de forma inesperada. Me levanté protegiéndome de esa lluvia irreal que intuía sin ver, como te intuyo a través de la tela de la falda que siempre me dejas puesta, aún cuando la ropa interior de ambos ya descansa en el suelo, y tus pies en mis pies y tu pelo en mi pelo.
Subí saltando los peldaños de tu estudio, con la deliciosa certeza de que pronto me resultarían familiares. Tu descansillo, o más bien el calor angustioso que se filtraba a través del cristal que hacía las veces de techo, se me antojó enorme. En un único gesto que recuerdo a la perfección, pulsé el timbre, me alisé la falda.... y esperé al fotógrafo.
Alguien me dijo una vez que no se pueden regalar fotos eternamente. Se equivocaba. Se equivoca.
Pronto los disparos de la cámara se mezclaron con palabras y las transformaron en gestos, para después perderse en tus labios y buscarse en los míos. No recuerdo casi nada de aquellos primeros instantes que al imaginar creo. Soy consciente, sin embargo, de que en mi desnudez continué llevando la falda, y sé que de pronto todo giró en torno a ella. Mis dedos te acariciaban a través de la tela, tu lengua bordó el perímetro de mi cintura sintiendo la aspereza del tejido y las bragas recorrieron mis piernas despidiéndose del cálido nido que las envolvía. No acierto a reproducir tu cara, a sentir tus caderas clavándose en las mías o a imaginar tus huellas marcándome el cuerpo...y sin embargo recuerdo la falda, única, estática en medio del caos, más real que nunca en su inexistencia. Aquel mágico centro de gravedad fue de pronto responsable de cuatro miembros y cuatro ojos con tres lunares, de dos mentes en un solo cuerpo, y de la tormenta que brotó de sus entrañas de algodón y nylon.
Te regalo nuestras fotos de una lluvia de agosto...para que nunca más se te olvide.
1 Comments:
¡Cómo está el transporte público! No me quiero ni imaginar si el viaje para esa sesión hubiera sido a Zaragoza. Primer comentario en un primer blog. No diré más. Quédate solo con la última palabra de la frase anterior.
Post a Comment
Subscribe to Post Comments [Atom]
<< Home