Como te lo cuento:: Los nombres que soy

Friday, August 11, 2006

Los nombres que soy

· Los nombres que soy:

La Dra. Romera acaba de nacer. No apenas fue expulsada del cálido vientre materno sonrió, y al sentir el frío de las mesa quirúrgica baja las nalgas, supo que iba tener que ser fuerte para mantener la sonrisa. Y no le importó. Supongo que es la ventaja de los que han elegido nacer. Tiene sólo unos meses de vida, y con la labilidad emocional propia de su edad, pasa indistintamente de la risa al llanto espástico, y es capaz de avanzar asombrosamente un día para desandar lo andado al siguiente con la misma rapidez. La Dra. Romera aún no reconoce su nombre: es demasiado pequeña, demasiado inmadura, demasiado demasiado. Lee los labios de los que lo pronuncian con una mezcla de respeto y admiración y se pregunta si algún día dejara de sentir que hablan de otro. Sus padres tienen dificultad para encontrar la ropa justa, por eso hay veces en que las prendas se adaptan a ella como si fueran una segunda piel y otras en cambio los pantalones se le enredan en los tobillos hasta que tropieza y las mangas de los camisetas siempre grandes entorpecen su segunda lengua, las manos, haciendo que el mundo parezca de la talla equivocada. Quizá por eso la Dra. Romera se empeñe en ser Andrea tantas veces. No es al paciente a quien quiere acercarse, ni a su familia, ni a sus compañeros, ni a sus jefes, sino a ella misma.


“Andrea, Andreas y los Andreitos” es mucho más que una de mis imágenes especulares, que una obra de teatro. Una empresa laboral la describiría como filósofo doméstico o psicoanalista familiar. Un calendario la situaría en algún punto de la Navidad, de cada Navidad, de todas las Navidades. Un sociólogo la definiría, con inexacta precisión, como protagonista inexcusable de nuestras veladas familiares en las fechas señaladas, y sólo un lingüista sería capaz, a pesar de haber sido representada una única noche, con los 8 años que no recuerdo nunca haber tenido, de convertir ese trabalenguas de tres nombres en un único ente de 14 miembros. “ Andrea, Andreas y los Andreitos” tiene la fugacidad del que sólo existió una vez, pero la fuerza del que ha sido reinventado miles, reparado pieza a pieza, sustituido (que no necesariamente mejorado), reemplazado, reañadido, amputado y devuelto a la vida con prótesis, soldado y fusionado de tal forma que si intentara reclamar lo que fue mio (“esa Andrea era yo, recordais?), mi familia alarmada, una siempre y más que nunca ese día, me miraría exclamando: “”Esa Andrea somos todos”.


Andrew estuvo ahí todo el tiempo, pero su característico olor a estación de tren y su perenne maleta hacen que parezca una recién llegada. Se comporta con naturalidad, como si dominara el entorno, pero algo en sus movimientos denota que no reconoce por completo el terreno que pisa. Su entonación es firme, su discurso estudiado, pero un observador atento sería capaz de descubrir pequeñas incongruencias temporales, esporádicas confabulaciones destinadas a cubrir vacíos de información inexplicables. Y es que esta Andrew, aún compartiendo nombre con aquella, es diferente a la de antes. Se asemeja a un zumbido que lleva rato sonando, pero en el que sólo reparas cuando algo imperceptible te hace agudizar el oído, y entonces simplemente te parece imposible no haberlo sentido antes, y de golpe ya todo es ruido, sólo es ruido, sólo es Andrew. Andrew es Italia y España, es pasado y presente, es visceral raciocinio, es amante y amiga, es sueño y vigilia, es letra de libros y pieza de puzzle. Andrew es uno de los nombres que soy ahora, y creo fervientemente, que de un modo u otro, siempre seré.

Andi, Androide y Andre son la misma persona. Han (o “ha”)vivido más tiempo en la cafetería que en el aula, y le hace feliz sentirse cómoda en su nombre tanto dentro como fuera del ecosistema en el que nació: la facultad. Es, indistintamente, uno y los tres en función de la situación, el momento del día o la persona concreta que la requiera, pero siempre dentro de un marco cuya existencia se asemeja a la del buen vino: la uva de la que se parte es el verdadero determinante de la calidad final, siendo el proceso de fermentación, las enzimas añadidas y su envejecimiento en madera de roble meros adornos de la auténtica esencia. El vino en el que se diluye la existencia de esta particular Trinidad sólo tiene siete años, pero Andi, Androide y Andre saben que sus taninos y aromas propios (a Cuba, a garrafón, a Estambul, a arena de playa levantina, a formol, a mecanismo taquicardizante de la adrenalina, a noches sin dormir, a biblioteca, a cañas, a tantas cañas...) permiten situarlo entre las primeras marcas.


Andrea, por último, no sabe si debería ser la primera. Es impulsiva de un modo cuidadosamente organizado, es espontánea cuando su plan se lo permite y deja de importarle su aspecto al terminar de arreglarse. Odia la impuntualidad sobre todo si llega tarde y es inflexible con sus propios deslices. Andrea siente que sólo siendo más rápida que el tiempo puede llegar a vencerlo y de este axioma saca la velocidad que imprime a cada uno de sus actos. Es estudiante ( ella dice que de un modo u otro siempre lo será), es mujer, hija de su madre y amiga de sus amigos, viajera, nacida en Madrid y en el mundo; es ella para todos pero sobre todo para sí misma. Le encanta su vida y a veces le resulta difícil compaginar este sentimiento con el querer tener también muchas otras. Andrea es sobre todo Andrea cuando su madre la abraza y le dice al oído “eres todo pasión”. Se pregunta si hay tantas Andreas como personas conoce, como lugares ha visto, como libros ha leido... y disfruta imaginándose a las Andreas que vendrán.



· Los nombres que ya no soy:

“Sweety” se marchó hace poco. Dio un portazo dejando en el aire la certeza de que no iba a volver y en alma la esperanza de que lo hiciera. “Thita” , como obedeciendo una orden muda que esperaba hacía tiempo, comenzó a empaquetar sus cosas, y la lentitud de sus actos dotó al conjunto de una apacible intemporalidad. Ella sí se giró antes de marcharse (quizá porque su nombre viene de “pobrecita”, y ha impregnado su carácter de indeleble misericordia). “Me marcho a Edimburgo”-dijo como excusándose. Aún sabiendo que era mentira, que su viaje era sólo hacia ese punto del mapa y del corazón donde se confunden el “hasta siempre” y el “hasta nunca”, su frase impregnó el destino de un tipo de bálsamo geográfico que atenuó el dolor. Al igual que “Little one”, que se apresuró a acompañarla sin mirarme a los ojos (quizá por no conocerme tanto), siempre sustituía las penurias del alma ( a la que se empeñaba en llamar cerebro) por atributos físicos. Ambas lo hacían movidas por la férrea convicción de que lo físico, la palpable, es de algún modo potencialmente curable, eternamente reversible, perversamente voluble. Esa era su defensa frente al dolor (lo habían aprendido de él): convertir el alma en apéndice del cuerpo. A veces, cuando todavía duele, hurgo en el botiquín hasta encontrar sus tiritas mentales, sus actitudes antiinflamatorias, su presencia antipirética...pero en el fondo creo que “sweetie” y las demás subestimaron el dolor somático, el visceral y el propioceptivo. No sabían que hay heridas para las que no existe analgesia.

1 Comments:

Blogger Christine said...

¡Genial, Andreilla ya está por aquí! Pues nada, ahora a escribir, que ya sabemos que la doctora es multitarea

4:10 PM  

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