NORA (parte I)
Si quieren saber la verdad, sólo me fijé en Nora por su costumbre de aparecer a las 10 aunque el trabajo empezara a las 8. Es decir, sobre todo si empezaba a las 8. Llevaba el pelo rapado en la sien derecha y una cola de caballo ladeada y rubia en la izquierda. Vestía en claro desacuerdo con su estado de ánimo, aunque siempre sin bajarse de unas agujas de punto a las que llamaba tacones: minis imposibles, abrigos de arco-iris con forma de campana de iglesia y escotes empinados como pistas de esquí para los días que amanecía nublado en el alma. Si se sentía “happy”, como le gustaba decir dando un arriesgado saltito, optaba por vestidos campesinos con mensaje subliminal, a lo “quiero desesperadamente seguir soltera a los 50” y unos zuecos de plástico que debieron pertenecer a algún pariente buceador. Esos días olía indefectiblemente a chicle de fresa ácida.
Creo que esa fue la razón por la que le encargaron la parte de la revista destinada al melodrama en formato “testimonio personal”. Supongo que, una vez comprobado que sabe escribir, es el puesto perfecto para alguien con el bolso lleno de fotos temáticas de sí misma con pronombre delante: “Yo y los peluches que me regaló mi novio”. “Yo y todos los vestidos de Nochevieja que he tenido desde el 93”.
El caso es que Nora hizo desde el principio lo que se esperaba de ella: trabajó poco, pensó menos, se pintó las uñas de 6 colores distintos en una semana y con sólo 17 días de retraso entregó un artículo titulado “Cuando él me dejó por la pelirroja del 5º” del que se habló en todas las peluquerías y colas de mercado del barrio. Un éxito.
Ese mes, por ser diciembre, además de felicitaciones recibió la paga extra de Navidad, que se gastó religiosamente en pestañas doradas postizas (le encantaba pronunciar las 3 palabras seguidas arrastrando las “s”...creo que era la primera vez que entraba en contacto directo con una aliteración) y en incrustarse un diamante falso en uno de los incisivos superiores. Al día siguiente vino a la redacción con unos vaqueros pertenecientes al novio de turno cortados por ella misma y sujetos a la cintura con una goma de pelo y una camisa de cocinera que consideró muy Vintage.
Barajo con total seriedad la posibilidad de que fuera rabiosamente feliz.
Fue entonces cuando ambos empezamos a encontrar excusas para quedarnos hasta tarde en la redacción. Poco a poco pulimos la técnica para tropezarnos casualmente en el autobús, en el ascensor e incluso dentro del servicio de caballeros de la sexta planta, el que casi nadie usa. Ese fue el lugar que elegimos, no sólo para el primero, sino para el casi el 100% de nuestros encuentros sexuales. Allí es donde demostró que sus pretensiones de pasar a la posteridad no se reducían sólo al ámbito literario. Hacía el amor con la competitividad con la que otros entrenan para la vuelta ciclista. Desde sus primeras felaciones, eso sí, dejó constancia de que su educación sentimental no provenía de sus lecturas de Flaubert, sino de los videos que guardaba su padre debajo del colchón y que encontró a los 13 años. Las incursiones semanales al dormitorio paterno se interrumpieron bruscamente a los 16, cuando su novio de 29 empezó a proporcionarle las últimas novedades que llegaban a la gasolinera donde trabajaba. Tardó 18 meses en irse a vivir con él y sólo dos días en recibir la primera paliza. Cuando hablaba de aquella época yo solía estar estrujado en el suelo y ella sentada sobre la tapa del váter, apoyando en la pared las piernas con las medias de colores todavía en los tobillos, mientras engullía varios chicles de golpe. “Suena peor de lo que era” – decía sin inmutarse y masticando con la boca abierta – “Después de pegarme siempre se iba. No podía soportar verme tan fea”. La Nora de entonces ponía, con total naturalidad, un CD de música clásica que le dieron gratis con el suplemento del “Especial Deportes” que compraban los domingos. Vivían en un bajo con un baño diminuto, de esos que parecen construidos con el ventanuco ya sucio y atascado para que no pueda abrirse. Al fondo, detrás de un jirón que hacía de cortina, había una bañera antigua, con el mármol desconchado y una de las patas rotas. De uno de sus grifos no salía nada, y lo que caía del otro estaba lejos de ser incoloro, inodoro o insípido. La llenaba hasta al borde y metía dentro la cabeza. Nunca aguantó lo suficiente para perder el conocimiento, así que se conformaba con dedicar la siguiente hora a frotarse el cuerpo con zumo de limones naturales, como había visto hacer a Susan Sarandon en aquella película con nombre de casino.
Creo que esa fue la razón por la que le encargaron la parte de la revista destinada al melodrama en formato “testimonio personal”. Supongo que, una vez comprobado que sabe escribir, es el puesto perfecto para alguien con el bolso lleno de fotos temáticas de sí misma con pronombre delante: “Yo y los peluches que me regaló mi novio”. “Yo y todos los vestidos de Nochevieja que he tenido desde el 93”.
El caso es que Nora hizo desde el principio lo que se esperaba de ella: trabajó poco, pensó menos, se pintó las uñas de 6 colores distintos en una semana y con sólo 17 días de retraso entregó un artículo titulado “Cuando él me dejó por la pelirroja del 5º” del que se habló en todas las peluquerías y colas de mercado del barrio. Un éxito.
Ese mes, por ser diciembre, además de felicitaciones recibió la paga extra de Navidad, que se gastó religiosamente en pestañas doradas postizas (le encantaba pronunciar las 3 palabras seguidas arrastrando las “s”...creo que era la primera vez que entraba en contacto directo con una aliteración) y en incrustarse un diamante falso en uno de los incisivos superiores. Al día siguiente vino a la redacción con unos vaqueros pertenecientes al novio de turno cortados por ella misma y sujetos a la cintura con una goma de pelo y una camisa de cocinera que consideró muy Vintage.
Barajo con total seriedad la posibilidad de que fuera rabiosamente feliz.
Fue entonces cuando ambos empezamos a encontrar excusas para quedarnos hasta tarde en la redacción. Poco a poco pulimos la técnica para tropezarnos casualmente en el autobús, en el ascensor e incluso dentro del servicio de caballeros de la sexta planta, el que casi nadie usa. Ese fue el lugar que elegimos, no sólo para el primero, sino para el casi el 100% de nuestros encuentros sexuales. Allí es donde demostró que sus pretensiones de pasar a la posteridad no se reducían sólo al ámbito literario. Hacía el amor con la competitividad con la que otros entrenan para la vuelta ciclista. Desde sus primeras felaciones, eso sí, dejó constancia de que su educación sentimental no provenía de sus lecturas de Flaubert, sino de los videos que guardaba su padre debajo del colchón y que encontró a los 13 años. Las incursiones semanales al dormitorio paterno se interrumpieron bruscamente a los 16, cuando su novio de 29 empezó a proporcionarle las últimas novedades que llegaban a la gasolinera donde trabajaba. Tardó 18 meses en irse a vivir con él y sólo dos días en recibir la primera paliza. Cuando hablaba de aquella época yo solía estar estrujado en el suelo y ella sentada sobre la tapa del váter, apoyando en la pared las piernas con las medias de colores todavía en los tobillos, mientras engullía varios chicles de golpe. “Suena peor de lo que era” – decía sin inmutarse y masticando con la boca abierta – “Después de pegarme siempre se iba. No podía soportar verme tan fea”. La Nora de entonces ponía, con total naturalidad, un CD de música clásica que le dieron gratis con el suplemento del “Especial Deportes” que compraban los domingos. Vivían en un bajo con un baño diminuto, de esos que parecen construidos con el ventanuco ya sucio y atascado para que no pueda abrirse. Al fondo, detrás de un jirón que hacía de cortina, había una bañera antigua, con el mármol desconchado y una de las patas rotas. De uno de sus grifos no salía nada, y lo que caía del otro estaba lejos de ser incoloro, inodoro o insípido. La llenaba hasta al borde y metía dentro la cabeza. Nunca aguantó lo suficiente para perder el conocimiento, así que se conformaba con dedicar la siguiente hora a frotarse el cuerpo con zumo de limones naturales, como había visto hacer a Susan Sarandon en aquella película con nombre de casino.
5 Comments:
En fin Andre, he empezado esbozando una sonrisa y me has dejado algo estupefacto con la deriva de los acontecimientos.
Aguardaré intrigado y algo ansioso el discurrir de los acontecimientos.
Besos
sí, yo también quiero más, me enganchó..
saludos.
Te prodigas poco, niña. Nos tienes a pan y agua...Queremos más.
¿hoy hay parte II de Nora?, si por favor, si...espero con impaciencia, me gustó tanto...
¿cómo demonios conoce usted esta historia?
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