Como te lo cuento:: A MI HERMANA

Friday, March 14, 2008

A MI HERMANA


Nació ya acostumbrada a la belleza. Resultó encantadora también esos tres años en que tuvo que llevar aparato y la comida se le atascaba en los dientes. Era la menor de las dos, y como la menor fue educada. Crecimos en una casa de esas con herencia perpetua: que si el jersey de tu hermana, que si sus muñecas, que si sus libros del cole. Más tonta. Más guapa.

Mis diecisiete llegaron como un desagravio genético. Se sucedieron términos y caras de médico. Índice de masa corporal. Síndrome metabólico. Desarreglos menstruales y mucha hambre. Mi primer y único beso en la boca resultó ser con Álvaro Poza, jugando a la botella. Al separarse se limpió la saliva de la cara con el dorso de la mano. Las únicas casas ajenas que visité fueron aquellas a las que mi hermana había sido invitada. Siempre que hubo una fiesta o acontecimiento en el instituto se me permitió acudir...a mí también. Sus calificaciones nunca tuvieron nada que ver con las mías, pero soy la clase de alumna a la que los profesores sienten que deben algún tipo de fidelidad. Supongo que creen que están compensando algo en ese compartimente estanco llamado adolescencia. Así, por caridad genealógica y llevando mis sostenes viejos, fue superando curso a curso el bachillerato y dejándose coger la mano en el cine, y acompañar a casa por otros que no eran yo.

Un día llegó el verano del internado. Mamá lo llamó “campamento” y papá puso el adverbio “solamente” delante de cada sustantivo. Sólo un mes. Sólo este año. Cuidarás de ella. Todo irá bien. El convento estaba situado muy cerca de un pueblo. A las 33 niñas se nos permitía salir dos horas por las tardes, en grupos, después del tiempo de lectura y antes de los rezos. Mi hermana, como toda mujer demasiado hermosa, o demasiado estúpida, no había congeniado bien con las otras internas. Estábamos siempre solas. Lo conoció el primer día, pero no se acercó a nosotras hasta el tercero. Mintió en su edad y fue evidente. Creo que jamás me dirigió la palabra. Nunca me fui, y ella nunca me lo pidió. Nos sentábamos en el camino del cementerio, sobre la piedra grande, y ellos se besaban hasta que llegaba la hora de volver. Un día quiso subir a la habitación a escondidas. Mi hermana se negó. Yo le expliqué como hacerlo. De noche, por el patio trasero; dejaríamos la ventana abierta. Nuestra ventana.

Él se tumbaba siempre encima, con toda la ropa puesta, hasta el abrigo. Empezaban a tocarse haciendo mucho más ruido del que parecía corresponder. Claro, que la proporción en el sexo sigue siendo un concepto ajeno para mí, a pesar de que miré todo el tiempo. Cada noche el crujir de sábanas y de huesos de la cama de enfrente se hacía un poco más largo, y cada vez se veían más trozos de hermana desnuda. Yo apagaba la vela de la mesilla de noche justo al final, cuando él se enfadaba. Para entonces la habitación entera olía a animal enjaulado, y él se iba dejando “todo a medias”. Así decía. Después mi hermana lloraba, y venía corriendo a mi hueco de los brazos, y me preguntaba suplicando. Y yo contestaba: “Sí lo eres. Toda una puta”.

Por el día, para hablar sin ser vistas elegíamos el hueco de detrás del confesionario.
Yo me esforzaba en encontrar la mentira adecuada. Recuerda: ni siquiera a ti van a esperarte toda la vida. Yo estaré ahí, a tu lado, en la cama vacía.

Se acercaba el final del verano cuando él le ofreció el pacto por primera vez. Le dijo que no era exactamente lo mismo, que no contaba igual. Nunca creí que aceptaría. La última noche ella lo esperó sentada en el borde de la cama, con los ojos demasiado pintados. Llegó antes que de costumbre y se desnudó de pie. Creo que los roces y los choques que sonaban a hueco duraron menos esta vez. Después la giró, y por algo que no entendí le sujetó fuerte los brazos a la espalda. Se dejó caer como una gallina muerta y mojada. Mi hermana comenzó a chillar y morder la almohada casi antes de que empezarán los empujones. Yo me levanté corriendo; la abofeteé para que se callara y le sangraban los labios de clavar los dientes, e incluso así estaba preciosa. Le envolví la cabeza con una manta, y él ni aún entonces me vio. Decía cosas que yo no entendía y la cara se le volvió de otro. Tenía la barbilla mojada con sus propios escupitajos, y a mí se me llenó el cuerpo con la imagen de Álvaro Poza limpiando restos de mi sexo torpe. Mi hermana ya no gritó. Buscaba, desesperado y enfermo, dentro de ese agujero por donde sale lo más negro.

***********

Le digo que no sé cuanto duró. Me vio mucho más tarde, mucho después de quedarse quieto, con los ojos también, respirando el silencio de la noche. Mucho después de abrirlos, y mirarla, o arrancar la toalla roja de su cara en calma. No sé cuanto duró. La vela estuvo todo el tiempo encendida y yo permanecí al lado de ambos hasta el final. Debía cuidar de ella.


6 Comments:

Blogger Unhinged Monica said...

me encanta

3:23 PM  
Blogger Unhinged Monica said...

Cuando te vas a Japon? Por cuanto tiempo? Que vas a hacer alla? Tengo tantas preguntas y ni tan siquiera te conozco...

Tengo un amigo que esta alli viviendo y trabajando al noreste de la isla mas grande....

5:05 AM  
Blogger Zomas Osborn said...

Como lo has rogado tanto... accedo a tu propuesta. Pero para pasar por tu casa tendrás que dejarme las llaves antes de irte a Japón. Por cierto, (y esto es para Mónica) eres descarnadamente lúcida y sensatamente arrebatada en tu blog. Bienvenida a mi lista de Afables.
A las dos, NABRAZO!

3:38 AM  
Blogger IRMA said...

Impresionante. Me has dejado sin palabras durante un rato (¡y tiene mérito!).

Por aquello de no perder más bragas en casas ajenas, te he dejado un comment en casa de Mónica.

Besitos.

8:17 AM  
Blogger Unhinged Monica said...

esto es un lio chicos!

12:02 PM  
Blogger Pablo Bautista said...

Bárbaro! Se me han disuelto todas las piedras de la basílica balear!

11:40 PM  

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