Como te lo cuento:: RETRATO DESDE EL OTRO LADO DE LA MESA

Saturday, March 01, 2008

RETRATO DESDE EL OTRO LADO DE LA MESA

Para Eduardo

Me lo contó en un bar de esos que son imitación de otra cosa, o de otro sitio, un local con la misma funciones que las fotos de parque temático en las que se mete la cabeza dentro de un cartón pintado para ahorrarse un viaje a México, o sentirse vaquero, o cenar con Marilyn.

Me aseguró que es jodido nacer bajo el sino del número primo. Así, con las manos un poco levantadas, a punto de tocar la mesa, y los ojos siempre tocando la vida. Su abuela le explicó tantas veces que era imposible escribir con hambre que se lo creyó, así que cada poco pedía que nos rellenaran el plato, o que nos trajeran más, o que sé yo, porque es difícil predecir cuando empiezan las historias, aunque lo que está claro es que sucede mucho antes de la primera frase del papel, así que mejor venir ya comidos de casa, como quien dice. Todo eso mientras dibujaba en la servilleta funciones matemáticas, que por lo visto sirven para predecir el futuro, y horizontes cortos que la gente que no sabe de estas cosa llama rayas.

Se dispuso entonces a contarme esa existencia suya marcada por el no poder dividirte más que por la unidad y por uno mismo. Nació en el séptimo portal de un 11 de noviembre, quinto piso, primera puerta. Después calló unos instantes, esperando, porque sabía que las cosas que no se dicen también gastan tiempo, sólo faltaría que nos salieran gratis. Usamos en silencio los segundos correspondientes a la explicación de esas coordenadas que no son lugares anónimos en todos los mapas excepto en el suyo, sino que pertenecen al cruce de calles con el que Borges solía soñar, ese que metía en todos sus cuentos para que los profesores de Literatura tuvieran algo sobre lo escribir sus tesis, y las putas un lugar famosos en el que apoyarse, y Eduardo un alguito del que sentir vergüenza, porque el romanticismo geográfico suele ir reñido con el rigor científico en que pretende vertebrar su vida.


Lo que sí dice, y totalmente en serio –aclara- en broma sólo hablo de política, es que fue su profundo desprecio a los turistas agolpados bajo su ventana y a un seminario de tres semanas que tuvo lugar en el sótano y llevó por título “ La esquina borgiana: clave para entender el concepto de tiempo circular” , el responsable de la consagración de su vida a todo aquello que se suma y resta, que lleva con elegancia cualidades de cuatro sílabas como ser “necesario” y “suficiente”, y cuya única incertidumbre se encuentra en principio en la capa del átomo, que en aquella época era lo más chiquito que alcanzaba a imaginar.


Cuando fijamos esta cita biográfica pusimos las condiciones por adelantado y con honestidad: Sólo nos contaríamos mentiras. El vino sería Syrah de California. Así, nunca hablamos de cosas íntimas, salvo usando construcciones indirectas y abstrusas. Y sin embargo lo que escribo sucedió de verdad, o le sucederá en una de esas mil existencias que la gente como él lleva a cuestas. Hay cosas que se saben más allá de las palabras: están escritas en los cuerpos desnudos o sin zapatos o en una primera frase de taller de escritura antes de dejar paso a todo: Milagro, ni siquiera la generosidad del plural.


Pasó por la por la universidad como se pasa por dentro de los trenes muy llenos: incómodo en una postura angulada en la masa; viendo el mundo que se mueve afuera, y comprendiendo su propio vértigo en el nistagmo ajeno. Me habla de sus materias, de lo concreto y de lo infinito, y no menciona entre las mentiras que está obligado a contar que fue ahí que vio llorar a un hombre por vez primera. Adulto, judío; profesor de tesis; en un cine; una única lágrima, también prima.

Tampoco explica, porque sería verdad, y la verdad no es literatura, que fue en el aula donde conoció a Gabriela. Era ella la que se sentaba a su lado, la que lo elegía a diario con obsesión bovina. Entre ambos siempre un hueco, para Silvia, absurda en su ausencia perenne; estupenda en su no venir. Gabriela llegaba tres minutos tarde a todas las clases, los necesarios para que el aula entera contuviera el aliento esperando ver a aquella criatura mansa y fuerte abrir de un empujón la puerta, caminar sin intentar no hacer ruido a su sitio en la fila ventinueve, mirar a Eduardo con todo lo ancho de su mandíbula hasta que éste se levantaba y dejaba el asiento subir con rebote automático, para pasar de puntillas entre él y la mesa, no tan pegada al pupitre como la educación requeriría y oír entonces un “discúlpame” masculino absurdo que parecía salir de todos los presentes y referirse a cualquier cosa que no fuera contemplar aquel instante colectivo en el que se tenía plena conciencia de asistir a un acto privado, perteneciente sólo a ellos tres.


Eduardo me dice así: yo después, de aquellos trece segundos diarios, sólo recordaba una cosa: su nuca flotante. La nuca, larga, con una ligera hendidura, simétrica, achocolatada casi. No podía ni pensar en como se conectaba esa nuca con el resto. Me limitaba a mirarla con avidez parasitaria, pues sabía que mi destino estaba ya ligado a ese trozo de cuerpo de aristas curvas, que mi yo en el mundo se alojaba justo en ese pubis cervical que se me detenía enfrente de los ojos cada día, con una pizarra manchada de números al fondo. El hambre de crear se hacía tan concreta y tan exacta como la erección, tan milimétricamente reproducible como ésta, tan ligada por igual al principio de causalidad, que convertía aquel momento, mitad animal, mitad humano, en el hecho más científico que he presenciado jamás.

Y se sentaba finalmente Gabriela, y Eduardo se resguardaba en el alivio de su perfil. Durante los 59 minutos siguientes jugaban a creerse la impostura, a participar en la obra de teatro que transcurría entre la tarima y los 97 pares de rodillas flexionados. Después ella sacaba un libro del bolso abultado, pareciendo casi, por un segundo, que le iba a ofrecer de nuevo el puente que le unía los hombros. Apoyaba el volumen en la silla vacía del medio, con desdén. Se lo das a Silvia mañana, si la ves - ordenaba antes de salir por el otro extremo de la fila. Eduardo tocaba lentamente el cuento...quiero decir, que para entenderlo hay que ver a un hombre torpe en un aula desnuda levantando por primera vez Rayuela, Pedro Páramo, Conversación en la Catedral, tantos otros, tanto regalo. Y marchaba a casa con el paso prieto, y entraba a un cuarto que hacía ya mucho que pertenecía a Gabriela, para sentarse en la cama con la espalda encajada en esa esquina que Borges llamó rosada y que nos pertenece a todos, a ver pasar corriendo la noche por entre las páginas con la desesperación con que un perro le ladra a la luna.

Y ahora es él, y no el bar en el que estamos bebiendo, el que parece imitación de otra cosa, o de otro sitio. Después de contarme esto se le han puesto los ojos de los que miran al sol directamente, y el alma también. Se ríe y me pregunta que otra forma tenía entonces de hacerle el amor a aquella mujer que no podía tocar, sino escribiéndole. Al principio, todo eran palabras sueltas, con filo de crueldad y frío sin sol y sin remedio. Durante muchos años cabalgó tambaleándose entre el éxito y el fracaso, consciente de que ambos eran caras de la misma moneda, puentes de improbables retornos. Ahora, cada miércoles, tercer día de los siete de la semana, el autor de “Propiedad Privada”, el libro más vendido en los cinco continentes, se sienta humildemente en otras coordenadas extranjeras de una vieja librería madrileña, ciudad donde caben todos los exilios, aun aquellos inventados para corregir el destino.


Y allí juega a ser feliz y a contar mentiras... y a escribirse el pensamiento cuando no alcanza a tocarse, para hablar, a través de los otros, por fin de sí mismo.

0 Comments:

Post a Comment

Subscribe to Post Comments [Atom]

<< Home