Me gusta / No me gusta
-Me gustan las listas “me gusta-no me gusta” , porque inevitablemente me trasladan al momento en el que creí inventar el juego y escuché la respuesta exaltada de mi interlocutora: “Adoro escribir en un cuaderno nuevo apretando fuerte el bolígrafo -dijo sin pensarlo- y después acariciar con la yema de los dedos el relieve de las palabras apenas escritas”.
-Odio las explicaciones superfluas, las palomas, las palabras mal usadas y a los tímidos que se escudan en su timidez para dotarse de inmunidad moral y social. No me gustan los que hablan pero no dicen nada.
-Detesto, y adoro proclamarlo, el trípode “sueño, calor y tontos”, así como su diabólica tendencia a coincidir en el tiempo.
-Me gusta bucear, porque en el líquido amniótico que constituyen las corrientes submarinas tiempo y espacio se dilatan asombrosamente, permitiéndote ser espectador mudo pero meticuloso en tierra extranjera y dejarte caer desde las profundidades al abismo que empieza, precisamente, ahí abajo.
-Odio a los médicos que curan enfermedades y no enfermos. A aquellos doctores que jamás son pacientes. A la medicina basada siempre en la experiencia y nunca en la afectividad.
-Me encantan Millas, Sabina, Baricco y las afirmaciones del tipo “No soporto las esdrújulas”. Me gusta el chocolate pero no los “helados de”. Me incordian las hormigas, los botes con abrefácil y las obras anuales en la esquina de mi casa. Amo y odio Madrid. No me gusta pelar frutos alargados.
-Detesto el caviar, el salmón ahumado, la mahonesa y a aquellos que al oír esta afirmación componen una mueca de disgusto, como si el paladar ajeno padeciera un tipo de enfermedad contagiosa de la que sólo ellos estuvieran a salvo.
-Me apasiona viajar, en todas sus variantes, lo que inevitablemente implica amar la lectura. Me encanta oler los libros nuevos y hasta hace poco, también leer su última palabra. Me gustan “Érase una vez en América”, “Dogville” y el modo en el que invariablemente se detiene el tiempo cuando estás en el cine.
-Odio a la gente que habla despacio y me siento culpable por este sentimiento involuntario de rechazo que califico de absurdo, pero que deja paso a la rabia incontenible si además el sujeto ralentizado abusa de los lugares comunes, no termina jamás las frases y al no encontrar el término justo las da por finalizadas encogiéndose de hombros.
-Espero con desesperante excitación el momento exacto del proceso de revelado fotográfico en el que la imagen deseada surge por primera vez sobre el papel, en el que la nada da paso al concepto, porque de todas las formas de realidad es la de aparición más turbadora, a pesar de lo previsible de su naturaleza.
-No me gusta beber de una botella que ha estado en la nevera y notar en el agua el sabor de los alimentos. Odio ir en el metro escuchando la música que sale de los cascos y de los gustos de otro. Me caen bien los que hablan solos.
-Odio la impotencia, venga de donde venga, porque la siento siempre instalándose dentro de mi como una víscera hueca, que crece y palpita de modo ensordecedor hasta enmudecer el resto de los sentidos.
-Amo Italia, mucho más allá de su café, de sus pórticos, de su Bologna y de su Parma que fueron tan mías...la amo como se ama a un viejo amigo, a un familiar, a un perro. La amo porque la conozco y la reconoceré siempre, allá donde vaya.
-Casi siempre prefiero la belleza de la batalla a la belleza de la victoria. Me encanta la tentación y me sorprende lo fácil que es caer en ella. Detesto a los que se resisten invariablemente a los impulsos del alma para después refugiarse en el carácter voluntario de su represión y justificar así lo miserable de sus vidas.
-Amo la verdad. Odio la mentira. Detesto a aquellos que en su hipocresía sostienen que la “no-verdad” no implica necesariamente una falacia. Me gusta saber que llevo siempre en la cartera, junto a los documentos necesarios para la supervivencia y la identificación, este párrafo de Sade: “Según decís, mi manera de pensar no puede ser aprobada...¿Y eso que me importa?...El que adopta una manera de pensar en función de la de los demás está rematadamente loco. La mía es fruto de mis reflexiones; forma parte de mi existencia, de mi constitución y no soy dueño de cambiarla. Pero aunque lo fuera no lo haría. Esta manera de pensar que vos condenáis es el único consuelo de mi vida; mitiga mis penas en prisión, representa todos mis placeres en el mundo y la aprecio más que a mi propia vida”.
-Odio las explicaciones superfluas, las palomas, las palabras mal usadas y a los tímidos que se escudan en su timidez para dotarse de inmunidad moral y social. No me gustan los que hablan pero no dicen nada.
-Detesto, y adoro proclamarlo, el trípode “sueño, calor y tontos”, así como su diabólica tendencia a coincidir en el tiempo.
-Me gusta bucear, porque en el líquido amniótico que constituyen las corrientes submarinas tiempo y espacio se dilatan asombrosamente, permitiéndote ser espectador mudo pero meticuloso en tierra extranjera y dejarte caer desde las profundidades al abismo que empieza, precisamente, ahí abajo.
-Odio a los médicos que curan enfermedades y no enfermos. A aquellos doctores que jamás son pacientes. A la medicina basada siempre en la experiencia y nunca en la afectividad.
-Me encantan Millas, Sabina, Baricco y las afirmaciones del tipo “No soporto las esdrújulas”. Me gusta el chocolate pero no los “helados de”. Me incordian las hormigas, los botes con abrefácil y las obras anuales en la esquina de mi casa. Amo y odio Madrid. No me gusta pelar frutos alargados.
-Detesto el caviar, el salmón ahumado, la mahonesa y a aquellos que al oír esta afirmación componen una mueca de disgusto, como si el paladar ajeno padeciera un tipo de enfermedad contagiosa de la que sólo ellos estuvieran a salvo.
-Me apasiona viajar, en todas sus variantes, lo que inevitablemente implica amar la lectura. Me encanta oler los libros nuevos y hasta hace poco, también leer su última palabra. Me gustan “Érase una vez en América”, “Dogville” y el modo en el que invariablemente se detiene el tiempo cuando estás en el cine.
-Odio a la gente que habla despacio y me siento culpable por este sentimiento involuntario de rechazo que califico de absurdo, pero que deja paso a la rabia incontenible si además el sujeto ralentizado abusa de los lugares comunes, no termina jamás las frases y al no encontrar el término justo las da por finalizadas encogiéndose de hombros.
-Espero con desesperante excitación el momento exacto del proceso de revelado fotográfico en el que la imagen deseada surge por primera vez sobre el papel, en el que la nada da paso al concepto, porque de todas las formas de realidad es la de aparición más turbadora, a pesar de lo previsible de su naturaleza.
-No me gusta beber de una botella que ha estado en la nevera y notar en el agua el sabor de los alimentos. Odio ir en el metro escuchando la música que sale de los cascos y de los gustos de otro. Me caen bien los que hablan solos.
-Odio la impotencia, venga de donde venga, porque la siento siempre instalándose dentro de mi como una víscera hueca, que crece y palpita de modo ensordecedor hasta enmudecer el resto de los sentidos.
-Amo Italia, mucho más allá de su café, de sus pórticos, de su Bologna y de su Parma que fueron tan mías...la amo como se ama a un viejo amigo, a un familiar, a un perro. La amo porque la conozco y la reconoceré siempre, allá donde vaya.
-Casi siempre prefiero la belleza de la batalla a la belleza de la victoria. Me encanta la tentación y me sorprende lo fácil que es caer en ella. Detesto a los que se resisten invariablemente a los impulsos del alma para después refugiarse en el carácter voluntario de su represión y justificar así lo miserable de sus vidas.
-Amo la verdad. Odio la mentira. Detesto a aquellos que en su hipocresía sostienen que la “no-verdad” no implica necesariamente una falacia. Me gusta saber que llevo siempre en la cartera, junto a los documentos necesarios para la supervivencia y la identificación, este párrafo de Sade: “Según decís, mi manera de pensar no puede ser aprobada...¿Y eso que me importa?...El que adopta una manera de pensar en función de la de los demás está rematadamente loco. La mía es fruto de mis reflexiones; forma parte de mi existencia, de mi constitución y no soy dueño de cambiarla. Pero aunque lo fuera no lo haría. Esta manera de pensar que vos condenáis es el único consuelo de mi vida; mitiga mis penas en prisión, representa todos mis placeres en el mundo y la aprecio más que a mi propia vida”.
0 Comments:
Post a Comment
Subscribe to Post Comments [Atom]
<< Home