BACK TO THE START
Cuando acerco mis labios a esa música incierta.
VICENTE ALEIXANDRE
El cuarto es una madriguera mojada. Su cama le recuerda a un montón de basura o de gatos muertos. La vuelta del bar siempre tiene para Jacobo algo de coito fallido, y al desnudarse se observa el pene como si se tratara de un grifo mal cerrado a punto de aullar un himno de ronca derrota. Se toca el pecho anémico; se toca la cicatriz en la barbilla; se toca los labios de niña pija, su linda boca de nena buena. Las engaña a todas, con su cuerpo de elfo adolescente. Le gusta parecer una gallina empapada y marica: así de flaco, así de blanco, con esas cejas de novicia en perpetuo viaje de estudios.
Alarga una mano transparente llena de hilos azulados y manipula el aparato hasta que los altavoces escupen miles de gotitas de Coldplay que le cubren el rostro de escarcha y le invitan a sacudírsela o a romper algo bonito.
La música hace surcos en el suelo. Una sed vampírica le pega la lengua a una moqueta de dentista situada donde debería tener el paladar. A través de los cristales la luna le mire directamente a los ojos con cara de perra en celo, y siente el nauseoso impulso de saltar por el balcón y buscar algo que traerse cerca de esa melodía oscura y caliente.
Ha debido hacerlo, y ahora está corriendo por la acera surcada de cacas imprecisas. Ve a una chica caminando rápido, porque es de noche, está sola y podría haber gente descolgándose por las ventanas con el único propósito de liberarla de su gomoso vestido.
Te lo compraste para que te lo quitaran – la asalta a escupitajos.
Ella no entiende, pero Jacobo sonríe con su boca de animal inocente, con su hilera de diminutos cuchillos blancos y olisquea mientras se da cuenta de que está borracha, y de que va a ser muy fácil hundirle las zarpas a ese tejido rosáceo que la envuelve como a una nube de algodón dulce. Ella le clava sus ojos ictéricos; quizá incluso contesta alguna cosa, pero Jacobo ya está enganchando sus lenguas agrietadas mientras la distancia desgaja una canción que cree haber oído antes esa noche. Las fauces de la chica se abren descubriendo un desfiladero negro y el estribillo se convierte en un viento que le silba en los oídos y le provoca una arcada vertiginosa. Ella se separa bizqueando agradecida, y la luz blanca le ilumina unas mejillas sembradas de polvo amarillento. Jacobo se acerca, estrábico, y comprende que es una capa de acné con pinta de avispero justo cuando un extraño efecto calidoscópico proveniente de la música hace a las espinillas girar en el aire y adquirir colores eléctricos.
¡Guau! – exclama admirado. Valora la posibilidad de convencer a la granujienta muchacha para que trepe a través de la ventana abierta, pero tras una tosca exploración de su culo galáctico abandona la idea.
La empuja hacia el portal mientras ella le chupa el cuello con inquietante insistencia. Le mete una mano por dentro del jersey y desciende, pero se encuentra perdido entre el vestido y las medias, o entre éstas y las bragas, y de pronto el terreno conocido se le antoja inconquistable, y no comprende si es porque la pringosa bola de algodón rosado lleva una faja o si es que al descansillo no tiene acceso el abrigo acústico que lo abrazaba fuera. Le invade el pánico y una soledad implacable hecha de somníferos y morfina le aprieta los genitales.
Aparta dulcemente unos tentáculos extraterrestres que le sobrevuelan la bragueta con impaciencia de insecto. Avanza renqueando hacia su puerta, no del todo seguro de poder levantarse si cae accidentalmente. Alguien perplejo a su espalda le pregunta adónde va, y se adivina una mano inútil intentando detenerlo en su huida inexorable.
Jacobo, francamente, no tiene la menor idea de quién puede ser.
Al entrar en casa se deja caer sobre la puerta como si fuera para siempre, y abre las fosas nasales hasta aspirar una música inmensa que llega de otro mundo. Espera a que el corazón deje de latirle en los oídos, y sólo entonces aprieta el botón.
Todo vuelve a estar como al principio, en silencio.
VICENTE ALEIXANDRE
El cuarto es una madriguera mojada. Su cama le recuerda a un montón de basura o de gatos muertos. La vuelta del bar siempre tiene para Jacobo algo de coito fallido, y al desnudarse se observa el pene como si se tratara de un grifo mal cerrado a punto de aullar un himno de ronca derrota. Se toca el pecho anémico; se toca la cicatriz en la barbilla; se toca los labios de niña pija, su linda boca de nena buena. Las engaña a todas, con su cuerpo de elfo adolescente. Le gusta parecer una gallina empapada y marica: así de flaco, así de blanco, con esas cejas de novicia en perpetuo viaje de estudios.
Alarga una mano transparente llena de hilos azulados y manipula el aparato hasta que los altavoces escupen miles de gotitas de Coldplay que le cubren el rostro de escarcha y le invitan a sacudírsela o a romper algo bonito.
La música hace surcos en el suelo. Una sed vampírica le pega la lengua a una moqueta de dentista situada donde debería tener el paladar. A través de los cristales la luna le mire directamente a los ojos con cara de perra en celo, y siente el nauseoso impulso de saltar por el balcón y buscar algo que traerse cerca de esa melodía oscura y caliente.
Ha debido hacerlo, y ahora está corriendo por la acera surcada de cacas imprecisas. Ve a una chica caminando rápido, porque es de noche, está sola y podría haber gente descolgándose por las ventanas con el único propósito de liberarla de su gomoso vestido.
Te lo compraste para que te lo quitaran – la asalta a escupitajos.
Ella no entiende, pero Jacobo sonríe con su boca de animal inocente, con su hilera de diminutos cuchillos blancos y olisquea mientras se da cuenta de que está borracha, y de que va a ser muy fácil hundirle las zarpas a ese tejido rosáceo que la envuelve como a una nube de algodón dulce. Ella le clava sus ojos ictéricos; quizá incluso contesta alguna cosa, pero Jacobo ya está enganchando sus lenguas agrietadas mientras la distancia desgaja una canción que cree haber oído antes esa noche. Las fauces de la chica se abren descubriendo un desfiladero negro y el estribillo se convierte en un viento que le silba en los oídos y le provoca una arcada vertiginosa. Ella se separa bizqueando agradecida, y la luz blanca le ilumina unas mejillas sembradas de polvo amarillento. Jacobo se acerca, estrábico, y comprende que es una capa de acné con pinta de avispero justo cuando un extraño efecto calidoscópico proveniente de la música hace a las espinillas girar en el aire y adquirir colores eléctricos.
¡Guau! – exclama admirado. Valora la posibilidad de convencer a la granujienta muchacha para que trepe a través de la ventana abierta, pero tras una tosca exploración de su culo galáctico abandona la idea.
La empuja hacia el portal mientras ella le chupa el cuello con inquietante insistencia. Le mete una mano por dentro del jersey y desciende, pero se encuentra perdido entre el vestido y las medias, o entre éstas y las bragas, y de pronto el terreno conocido se le antoja inconquistable, y no comprende si es porque la pringosa bola de algodón rosado lleva una faja o si es que al descansillo no tiene acceso el abrigo acústico que lo abrazaba fuera. Le invade el pánico y una soledad implacable hecha de somníferos y morfina le aprieta los genitales.
Aparta dulcemente unos tentáculos extraterrestres que le sobrevuelan la bragueta con impaciencia de insecto. Avanza renqueando hacia su puerta, no del todo seguro de poder levantarse si cae accidentalmente. Alguien perplejo a su espalda le pregunta adónde va, y se adivina una mano inútil intentando detenerlo en su huida inexorable.
Jacobo, francamente, no tiene la menor idea de quién puede ser.
Al entrar en casa se deja caer sobre la puerta como si fuera para siempre, y abre las fosas nasales hasta aspirar una música inmensa que llega de otro mundo. Espera a que el corazón deje de latirle en los oídos, y sólo entonces aprieta el botón.
Todo vuelve a estar como al principio, en silencio.
3 Comments:
mm...pringosa bola de algodón rosado? jajaja, magnifique!
Vampírico y denso, con esa vena barroca que de vez en cuando aflora de tu pluma.
Espero que estés feliz en las antípodas.
Besos
Santo dios!! Como te queda tiempo de escribir...siquiera de pensar, cuando estás disfrutando como una loca en mares de coral y acerrifes de pasión...
O precisamente por eso...
Un abrazo, pequeña.
Sigue dandole a esa cabecita.
Nos gusta.
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