Mentiras
Un tipo me contó el otro día que su mujer era un extraterrestre. Lo dijo usando el tono lacónico del que no admite réplica. Luego alzó las cejas y me observó sopesando si nuestra relación era lo suficientemente cercana como para que yo osara contradecirle. “Tío, lo siento mucho”-reaccioné. Suspiró aliviado.
Mi amigo se llama Manolo, sufre ataques de migraña y su mujer se acuesta con otro. Le gustaría que le llamaran Manu y que su esposa dejara de hacerlo. No sucede ninguna de las dos cosas, así que grita por lo segundo fingiendo que le duele lo primero. Cuantas más noches pasa su mujer fuera de casa, más enloquece él cuando la gente olvidaba la abreviatura...y más le duele la cabeza aunque la enfermedad se aloje en el corazón. Hace poco le recomendé que visitara un médico, y lo hizo, pero debió elegir el especialista del órgano equivocado, y éste, al no encontrar nada que explicara aquel dolor matrimonial que le atravesaba el cráneo, decidió derivarlo varías veces para buscar el origen del problema en un lugar alejado del foco. Si es que hay gente a la que le encanta andarse por las ramas. Finalmente dio con un psiquiatra avispado que le cobró una fortuna por un tratamiento recién llegado de Estados Unidos. Mi amigo no es de los que se deja impresionar fácilmente, no crean, pero es que eso de oír mentar a las grandes potencias le pierde. Se entregó en cuerpo y alma al método de la “Atención desviada”, sin percatarse de que ya lo había estado tomando en dosis suprafisiológicas anteriormente, con pobres resultados. Todo consistía en inventar un problema de dimensiones gigantescas en el que concentrar su preocupación y dolencias físicas, a ser posible de características terroríficas y prácticamente insuperables, y relegar el conflicto real a un plano de menor importancia. Es así como mi amigo Manolo (Manu, quiero decir) “descubrió” la naturaleza oculta de su mujer. Ahora no duerme por miedo a ser abducido por seres de otro platena, pero la cabeza ha dejado de dolerle.
Soledad es un nombre de mujer que busca en camas ajenas resquicios de vida propia. Desde que tiene uso de razón se recuerda a sí misma oyendo la palabra "mamá" en los niños del parque, en la visión de su pecho en el espejo, en los labios de Manu. El brillante cirujano que le vació el vientre abandonó la sala sin ser consciente de que dejaba tras de sí un cadáver. Cada vez que sus amigas comentan el milagro de su rápida recuperación su corazón da un latido menos. El fantasma de Sole se acuesta cada noche sabiendo que el grito que emite su cuerpo sin útero no le dejará conciliar el sueño, y hace ya mucho tiempo que dejó de preguntarse quien es el desconocido que yace cada noche a su lado, sin tocarla.
Observa anestesiada sus propias manos, su ombligo, sus piernas, y le inunda la certeza de que no pertenecen al mismo individuo. Al levantarse siente que no tiene que fingir que ha dormido, que nunca más tendrá sentido fingir nada. Dedica el resto del día, el resto de todos los días de su vida, a buscar un descanso en alguien que no oiga el aullido que le quema las entrañas, que la dobla en dos, que le quita el aliento. Todos los atardeceres busca hasta que encuentra una cama en la que cree poder volver a dormir. La noche envuelta en su sábana de motel barato la saca pronto de su error, con la violenta dulzura del que pelea en una batalla ya ganada. “Soledad está sola”, piensa mientras sus amigas comentan el milagro de su rápida recuperación, mientras su marido yace cada noche a su lado, sin tocarla, en esa cama en la que nunca duerme.
Mi nombre no importa, ni el de él. No importa que nunca escriba sobre lo que quiero escribir, ni que me diga a mí misma que ningún día es el día. Que hoy me sienta demasiado feliz. Que ayer estuviera demasiado triste. No importa que los periódicos digan Heathrow cuando deben hablar de El Líbano, ni que EEUU busque en enemigos extraterrestres el remedio contra las migrañas que les causa los propios. Sólo importa las ganas que tenemos a veces de que nos oculten la verdad. Parece mentira.
Mi amigo se llama Manolo, sufre ataques de migraña y su mujer se acuesta con otro. Le gustaría que le llamaran Manu y que su esposa dejara de hacerlo. No sucede ninguna de las dos cosas, así que grita por lo segundo fingiendo que le duele lo primero. Cuantas más noches pasa su mujer fuera de casa, más enloquece él cuando la gente olvidaba la abreviatura...y más le duele la cabeza aunque la enfermedad se aloje en el corazón. Hace poco le recomendé que visitara un médico, y lo hizo, pero debió elegir el especialista del órgano equivocado, y éste, al no encontrar nada que explicara aquel dolor matrimonial que le atravesaba el cráneo, decidió derivarlo varías veces para buscar el origen del problema en un lugar alejado del foco. Si es que hay gente a la que le encanta andarse por las ramas. Finalmente dio con un psiquiatra avispado que le cobró una fortuna por un tratamiento recién llegado de Estados Unidos. Mi amigo no es de los que se deja impresionar fácilmente, no crean, pero es que eso de oír mentar a las grandes potencias le pierde. Se entregó en cuerpo y alma al método de la “Atención desviada”, sin percatarse de que ya lo había estado tomando en dosis suprafisiológicas anteriormente, con pobres resultados. Todo consistía en inventar un problema de dimensiones gigantescas en el que concentrar su preocupación y dolencias físicas, a ser posible de características terroríficas y prácticamente insuperables, y relegar el conflicto real a un plano de menor importancia. Es así como mi amigo Manolo (Manu, quiero decir) “descubrió” la naturaleza oculta de su mujer. Ahora no duerme por miedo a ser abducido por seres de otro platena, pero la cabeza ha dejado de dolerle.
Soledad es un nombre de mujer que busca en camas ajenas resquicios de vida propia. Desde que tiene uso de razón se recuerda a sí misma oyendo la palabra "mamá" en los niños del parque, en la visión de su pecho en el espejo, en los labios de Manu. El brillante cirujano que le vació el vientre abandonó la sala sin ser consciente de que dejaba tras de sí un cadáver. Cada vez que sus amigas comentan el milagro de su rápida recuperación su corazón da un latido menos. El fantasma de Sole se acuesta cada noche sabiendo que el grito que emite su cuerpo sin útero no le dejará conciliar el sueño, y hace ya mucho tiempo que dejó de preguntarse quien es el desconocido que yace cada noche a su lado, sin tocarla.
Observa anestesiada sus propias manos, su ombligo, sus piernas, y le inunda la certeza de que no pertenecen al mismo individuo. Al levantarse siente que no tiene que fingir que ha dormido, que nunca más tendrá sentido fingir nada. Dedica el resto del día, el resto de todos los días de su vida, a buscar un descanso en alguien que no oiga el aullido que le quema las entrañas, que la dobla en dos, que le quita el aliento. Todos los atardeceres busca hasta que encuentra una cama en la que cree poder volver a dormir. La noche envuelta en su sábana de motel barato la saca pronto de su error, con la violenta dulzura del que pelea en una batalla ya ganada. “Soledad está sola”, piensa mientras sus amigas comentan el milagro de su rápida recuperación, mientras su marido yace cada noche a su lado, sin tocarla, en esa cama en la que nunca duerme.
Mi nombre no importa, ni el de él. No importa que nunca escriba sobre lo que quiero escribir, ni que me diga a mí misma que ningún día es el día. Que hoy me sienta demasiado feliz. Que ayer estuviera demasiado triste. No importa que los periódicos digan Heathrow cuando deben hablar de El Líbano, ni que EEUU busque en enemigos extraterrestres el remedio contra las migrañas que les causa los propios. Sólo importa las ganas que tenemos a veces de que nos oculten la verdad. Parece mentira.
1 Comments:
Bien Andrea (perdón, Andre) tres personajes, tres historias y una sola idea que las conecta muy bien resuelta. Este me ha gustado bastante. Cuando me atreva a hacer críticas más severas te diré porqué. Por cierto, tal y como solicitaste, he permitido unos servicios mínimos en mi blog. Gracias por tu apoyo.
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