NO
No, no la toqué en el hombro para obligarla a girarse. No miré mi reflejo en el fondo de aquellos ojos color tierra mojada y descubrí el miedo agazapado entre la sorpresa y la ingenuidad. No le rocé los tres dedos diminutos, inmensamente blancos, que asomaban bajo la manga de su chaqueta azul. No reparé en lo desamparada que se sintió en medio de aquella multitud agolpada dentro del vagón. No reparé en el vagón. No me pregunté porque no pasaba el tiempo ni supe que ella se hacía la misma pregunta, en el mismo instante congelado. Tampoco la hice descender al andén, ni la empujé escaleras arriba con pasitos muy cortos, de forma que la punta de mis pies y su tacón se vieran obligados a rozarse durante el trayecto. No le olí la nuca, ni el pelo, ni deseé tenerla allí mismo, ni olvidé a los hombres que la habían tenido. Eso nunca lo olvido. La luz de su último día no le pareció distinta, ni se fijó en el nombre de la calle que recorría deseando que no terminara nunca. No me pareció irónico encontrarla justo cuando ya había dejado de buscarla. No había dejado de buscarla. Ni siquiera la miré por última vez. No le aparté el pelo de la cara, ni intenté que riera como reía antes. No hubo un antes. No la maté aunque la quería. No la maté precisamente porque la quería. No la maté. No supo que iba a morir mucho antes del momento en el que no la toqué en el hombro para obligarla a girarse. No lo saben muchas mujeres como ella, ni aquellos que las rodean. Por favor, no digan que ni ustedes sabían lo que no iba a pasar.
1 Comments:
Comienzo el martes, de nuevo con Graciela y los viernes un cursito más de cuento breve. No digas que no te avisé.
¿dónde andas, chica?
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