Como te lo cuento:: AGUA

Wednesday, February 14, 2007

AGUA

Se despierta en silencio. No todo el mundo sabe hacerlo. Se busca con los dedos para encontrarse en el crujido del pecho que se encarga a diario de recordarle que hoy es otra vez hoy. Pelo casi azulado, ojos rubios, mohín perenne en los labios. Cría de braga rota y sostén usado. Timidez estéril avanzando a ciegas por un pasillo de agua. Llega al baño presintiendo ya la vergüenza que le muerde los muslos, y se observa, toda pierna y sangre nueva. Tibieza roja que la asusta. Fuera suena Venecia, única.

Creció en el agravio de una plaza sin plumas. Existen pocas plazas sin palomas, y merecen sin duda ser descritas bien. Fue a nacer en esa ciudad del mundo en que el cielo y la tierra son del mismo color. Inapropiado horizonte que hasta los pájaros confunden. Por eso hacen suyas las calles líquidas, y se hacinan obscenos entre su propio orín. Techo negro de ala negra que lo invade todo....excepto una glorieta en el centro mismo de una urbe que quizá no merece el calificativo. Inexplicablemente vacía y real. Allí unos pies diminutos pasaron su infancia asomando bajo una manta siempre demasiado corta, áspera.

Comenzó como juego y terminó convirtiéndose en obligado ritual. Se quedaba en la cama hasta que era capaz de escuchar el primer graznido del día. Había entonces salvación. Si era capaz de traspasar, aunque fuera sólo con el umbral auditivo, las fronteras de aquel espacio ilimitado y sin embargo finito en el que crecía encerrada, entonces la había. Sobrevivió así al holocausto de sus primeros años como la pequeña de cinco hermanos. La última, la hembra, la débil. Desarrolló un temprano e irracional pánico al agua, que se apresuró a compensar estudiando las aves con devota obsesión. Al poco tiempo era tan experta en ornitología como en esquivar canales, góndolas, gotas de lluvia. Dejó pasar tardes como trenes que parten llenos de promesas, sentada en el tejado, lejos del líquido incoloro y cerca del cielo, entre dos azules. Sola.

Al ser preguntada respondía que miraba el arriba. Se imaginaba nadando en ese desierto acuoso, lleno de nada. Espasmos de cristalino para enfocar el punto en las tejas. Quizá una niña sentada en el centro mismo de su jaula sin pájaros. Quizá desea volar, quizá incluso llora. Puede que sólo sea la adolescencia que se le despereza en las tripas. Algunos creen que aún estando entre nubes, suspendida muy alto, se adivina el momento en que alguien a tus pies prueba a los doce años la insatisfacción por vez primera. La hembra, la débil, la última.

Es la noche roja. Se alza la mujer de dentro y arropada queda en la cama la niña que es. Sube. Aún no ha llegado pero ya sabe que están. Por vez primera oye fuera de su cabeza aquello que lleva años perforándole los tímpanos y estirándosele dentro como si quisiera romperle los pies y el pelo. Sube. Los cristales deformados por el ruido y el líquido le hacen olvidarse del arañazo granate que le abrasa la cara interna de las rodillas. Agua enloquecida fuera, agua dentro. Sube porque no puede no hacerlo. Se para frente al silencio que todo sonido ensordecedor lleva debajo y abre entonces la ventana que da al cielo. Nunca el negro fue tan negro. El chillido de miles de gargantas desgarradas se le clava entre los ojos. Son los pájaros.
Camina mientras el calor de su primera lluvia le abrasa el rostro y las uñas. Ya no hay miedo; ¿por qué habría de haberlo?. Se detiene sólo cuando lo hace el suelo. Debajo el cielo, arriba el fondo y entre sus piernas el mar. Avanza apartando las plumas que se le meten en el vientre, y en los labios, y en el pelo. Quizá desea volar, quizá incluso llora…y en algún sitio suena Venecia, única. Es entonces cuando ella, última, hembra...¿débil?, se eleva y suspende un instante en un azul que ya no viene de ningún sitio, para después caer, por fin, directamente hacía arriba.

0 Comments:

Post a Comment

Subscribe to Post Comments [Atom]

<< Home