Como te lo cuento:: DURANTE LA TORMENTA

Saturday, June 02, 2007

DURANTE LA TORMENTA

Era ese momento del día que en Marruecos llaman “la hora del polvo”. Cuando las mujeres vuelven a casa teñidas del mismo naranja que cubre el cielo, y la tierra parece obtener por unos instantes la clemencia que merece. Es difícil recordar el color de los colores cuando hace años que tu retina está impregnada sólo con el marrón que se evapora de las grietas del suelo. Al menos eso dicen los ojos de esta gente joven con rostro de viejo, cuya lengua no entendería incluso aunque sus labios encontraran la energía necesaria para formar palabras. Es la sed, la que forma ríos vacíos que surcan las caras, y las manos y el alma.

Los días pesaban como sólo sabe pesar el calor, de forma que era imposible adivinar cuántas vidas habían pasado ya desde que llegué al poblado buscando la foto. Adentrarme en el Sáhara solo, persiguiendo algo que identificaría justo al encontrar. He aquí mi sueño, evidentemente concebido en ese útero estéril que constituye el atrevimiento. Toda mi experiencia como fotógrafo profesional no me había enseñado que hace falta algo más que papel fotosensible para inmortalizar la arrogancia del hombre blanco.

No puede decirse que me acogieran, porque no puede decirse nada de los muertos. Era un pueblo de cuencas de ojo vacías, de ángulos, de niños anémicos que parecían nudillos de la mano. Era un lugar de calles absurdas, que nacían en la arena para morir en la arena de una sequedad sin nombre, de un desconsuelo infinito. Eran números impares, estrías, pechos como anzuelos, esternones crujiendo al viento, cementerios de espantapájaros, pretéritos imperfectos. Era la muerte muriendo de sed, en un lecho donde faltaba el agua hasta para llorar.

En vez de quedarme, no me fui. Había un algo extraño flotando en aquel lugar, una fuerza que clavaba la palabra “no” delante de cada una de tus acciones. Por negarse, se negaba hasta la nada que te entumecía los huesos y te mantenía despierto en la noche helada, con la vista clavada en un cielo que representa todo lo que el desierto no es. Me cubrieron los no-días y la no-arena hasta que olvidé quién era, y pude entonces unirme al colectivo invisible que andaba sin descanso hacía ninguna parte. Buscábamos un agua que no había, con la tranquilidad del condenado que se sabe ya muerto.

Era ese momento del día que en Marruecos llaman “la hora del polvo”. Me encontraba sentado en un trozo de mundo que no reconocía como mío, despidiendo un sol que no reconocía como mío, encerrado en un cuerpo que sin duda no era mío. Y de repente, Ella, entre las dunas... avanzando como si tuviera el horizonte pegado en la espalda. Mujer hecha de caderas, mente construida sobre unos pechos que no podían mentir. Presente en tiempo presente, destruyendo a su paso un desierto construido en pasado. Ella más ella que nunca, vista por vez primera.
Ojos y sed se detuvieron ante mí y hablaron. “Ven”-dijo en un lengua que todos entendemos. Y en vez de quedarme, fui. Recorrí su piel abrasada como si mis manos pudieran arrancarle la epidermis y desnudarla de veras, como si pudiera enseñarle a creer de nuevo. Con la boca le di de beber, para que aprendiera de mí lo que yo no sabía, mientras mis ojos cegados por un sol que me perteneció siempre guiaban mis dedos hasta el camino del agua...y de sus piernas hechas cielo llovió por fin como sólo sabe llover en los cuentos.

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