Como te lo cuento:: EL LADRÓN

Tuesday, April 17, 2007

EL LADRÓN

El principio no fue diferente a los anteriores. Día laborable. Once de la mañana. Único apartamento habitado en el último piso de un edificio de esos cuya fachada es imposible retener en la mente más de diez segundos. Se detuvo frente a la puerta, y observó la pintura desconchada sintiendo una repulsión similar a la experimentada al sorprender a alguien llorando a escondidas. Le embargó una sensación ambigua pero muy lejana, como si fuese otro el que se debatiera entre entrar en la vivienda o alejarse corriendo sin mirar atrás. Lo que sucedió a continuación tuvo forzosamente que acontecer en tres actos independientes y separados en el tiempo. Consecutivos. Sin embargo, en la memoria de Juan quedaron siempre registrados como una única acción que englobaba toda la realidad existente y la concentraba en el descansillo más triste del mundo. Se le enquistaron en el cerebro como una bala disparada en la sien. Forzar la cerradura. Pisar un pasillo gomoso, hecho de moho. Visualizar la silueta en la terraza. Un, dos, tres segundos...para saber que era un cadáver.

Desde su posición, en lo más profundo de un hall que cada vez se le antojaba más el interior de una víscera hueca, la mujer parecía ir vestida con las rayas de luz que se filtraban a través de las persianas semicerradas. Todo el cuerpo estaba girado hacía la derecha, como si algo enorme acabara de sentársele encima. Mientras se aproximaba pensó que su vestido azul de lunares guardaba un estúpido parecido con las cortinas del salón. Era joven, y sonreía. Hay gente convencida de que estas cualidades deben ir a la fuerza asociadas. Su cara, más que bonita era correcta. Una de esas que llaman la atención sin molestar; el tipo de persona que sale mejor en las fotos de lo que es en realidad. Daba la impresión de estar detenida en medio de una conversación telefónica, presentando en los ojos ese brillo que precede a la carcajada. No pudo evitar tocarla. En la frente, como hacía su madre para medirle la fiebre. El contacto le provocó una arcada que más que del estómago provino de lo más profundo de las plantas de los pies, de lo más alejado de su fisionomía, y que quedó alojada en la garganta hasta que logró retirar la mano de la piel. Retrocedió hasta el interior sin darle la espalda, y no supo discernir si lo hacía por miedo o por respeto. Una vez dentro se sintió sorprendentemente cómodo, como el que vuelve por fin a casa después de un largo viaje.

Juan era un ladrón cobarde. Uno de esos que entra sólo en viviendas habitadas por enfermos o ancianos, aun a sabiendas de que albergan objetos de menor valor. Ésta no difería mucho de las habitualmente elegidas por él, con una única excepción: no sabía nada sobre ella. No había estudiado a los inquilinos, ni sus hábitos. No conocía el barrio, ni las medidas de seguridad a las que tendría que enfrentarse. “¿Qué hago aquí?”-se dijo mientras abría cajones y esparcía su contenido sin apenas prestarle atención-“Desde que me he levantado no consigo deshacerme de esta sensación de que estoy olvidando algo importante”. Esa mañana había despertado en el suelo de su bar habitual. No era la primera vez que se apostaba en la barra después de medianoche y bebía como si quisiera ganarle una carrera a la vida. El dueño le observaba en silencio, como se observa a los muertos, sabiendo que en esas noches Juan no pertenecía a este mundo. Que nada de lo que dijera ni hiciera podría ayudar a un ser humano que estaba viajando al infierno por voluntad propia. Se limitaba a llenarle la copa y a seguir el recorrido del líquido que quemaba el interior de ese cuerpo desprovisto momentáneamente de alma, y se preguntaba casi con envidia, a quién habría que vendérsela para bucear de ese modo en la locura. Cuando el alcohol le sumía por fin en el sueño de los que ya no quieren despertar, el propietario cerraba dejándolo dentro, pues la sola idea de tocarlo se le congelaba justo en el lugar del cuerpo donde habita lo inefable.

Concentrado como estaba en hacer memoria sobre lo acontecido esa mañana, no supo identificar el objeto que estaba mirando hasta que no lo tuvo a escasos centímetros de los ojos. Eran unas bragas. Colgadas de la ducha. Las bragas que una muerta había olvidado en la ducha. Una porción de tejido destinado a abrazar muslos, caderas y ciertos agujeros en los que según algunos radica la esencia de la vida. Un penoso continente de restos fecales y pelos púbicos. Un trozo de intimidad que debería estar prohibido abandonar en ninguna parte. Una suerte de segunda piel, a veces más reveladora que nuestro propio rostro.

La visión le resultó tan grotesca que retrocedió tambaleándose. Lo que sucedió a continuación tuvo forzosamente que acontecer en tres actos independientes y separados en el tiempo. Consecutivos. Sin embargo, en la memoria de Juan quedaron siempre registrados como una única acción que englobaba toda la realidad existente y la concentraba en el suelo de baldosas más triste del mundo. Se le enquistaron en el cerebro como una bala disparada en la sien. Tropezar con el taburete. Gravitar durante toda la eternidad. Romperse la parte posterior del cráneo contra el bidé.

Desde que nació intuyó que moriría solo. Desde que nació, intuyó que moriría, que a fin de cuentas es casi lo mismo. Tendido en el suelo, con el reflejo de un cuerpo cualquiera desangrándose en el espejo y las bragas de su esposa como única visión, se dispuso a aceptar por fin la revelación más temida por el ser humano: la de su propia identidad. Supo entones, o de nuevo, o como siempre. Vio a Sara en la terraza, llevando aquel vestido que ella misma se hizo con la tela sobrante de las cortinas del salón. Quiso advertirla del hombre que se acercaba por detrás; quiso gritarle a él, a sí mismo, que no la tocara. Quiso detener, mientras apretaba, aquellos dedos suyos que nunca fueron tan enormes como en el momento infinito en que se cerraron a la vez sobre la única cosa hermosa que Juan había tenido nunca.
Quiso olvidar la vida, que por algo le quedó siempre dolorosamente grande.
Aprendió muy tarde que toda destrucción es insuficiente cuando se lucha contra uno mismo.

1 Comments:

Blogger aletea said...

wow. he quedado pasmada con tal historia. se me ha quedado grabado lo de unas bragas más reveladoras que nuestro rostro....de verdad puede pasar eso??? qué horror!

2:12 PM  

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