Como te lo cuento:: HIPERBREVES

Saturday, April 07, 2007

HIPERBREVES

HASTA EL FONDO:
Carlos sostenía que hay pocas cosas que puedan llegar tan dentro de la garganta como una lengua de mujer. Descubrió que se equivocaba el día en que le despertó el cañón de una pistola empujándole los dientes y buscándole las tripas.


BALCANES:
Durante todo el camino de vuelta mantenía la llave apretada en la mano izquierda. La llevaba cogida como si de un momento a otro fueran a obligarla a abrir una puerta. Era la llave de la casa de su infancia, o de su infancia a secas. Su maestra en la escuela primero, y el resto del mundo después se habían empeñado en otorgar a su mano derecha unas cualidades de la que esta carecía, intentando borrar en Hanna cualquier rasgo distintivo que le impidiera confundirse con el gris que ya antes de la guerra parecía teñirlo todo. Luchó con docilidad, si es que eso es posible, contra tan absurda pretensión, pero algo en su mente de niña le hizo comprender que a los adultos les falta por aprender muchas cosas, así que accedió a ser una falsa diestra como se acepta llevar un vestido que te desagrada a la comunión de otro: con estilo. Sin embargo, cada día se detenía mucho más tiempo del necesario frente al portón verde que separaba los dos únicos mundos que los mayores son capaces de reconocer en la vida de un niño: casa y colegio. Después cogía la llave con la mano prohibida, como su abuela le había enseñado a sostener las gallinas: ni tan fuerte como para que les duela, ni tan flojo como para que puedan escapar. 8 años, zurda en secreto delante de un verde enorme. Y en un único giro, abría. Es curiosa la forma que tiene el ser humano de ganar batallas.


LA COLECCIÓN
Coleccionaba momentos ajenos porque tenía poca imaginación. Los colocaba en riguroso orden alfabético: “A” para los “amores insatisfechos”; “B” para “brujas y otras quimeras”, etc. Sus mejores piezas las había recolectado en el metro, donde iba siempre muy atenta para que no se le escapara ninguna. Escribía su diario a base de sucesos que le habían ocurrido a otros. Se convirtió en una auténtica sibarita del sentimiento. Su vida, al no estar sometida a la inestabilidad inherente al hecho de vivir realmente, podía calificarse de perfecta. Hasta el día en que oyó un suceso repetido. Al principio no le dio importancia, y se dijo a sí misma que probablemente se había topado con la persona de la que obtuvo la información en un principio. Algo más tarde, esa misma noche, escuchó por la radio la noticia de algo que ya le había ocurrido a una amiga años atrás, y quedó conmocionada. Lo que vino después le puso los pelos de punta: en los meses posteriores fue incapaz de encontrar una anécdota original. Investigó en Internet, medios de comunicación internacionales, prensa rosa, en la calle, en los bares, llamó a todos sus conocidos, puso anuncios y ofreció recompensas. Todo en vano. No quedaba nada en el mundo que fuera novedoso, que no hubiera sucedido ya. La peor pesadilla de un coleccionista de su envergadura: Descubrir que al final, La Historia siempre se repite.

TESTIMONIOS:
Dijo en el juicio que ningún objeto le había molestado tanto en la vagina como el dedo de su padre.

TIEMPO Y OTROS HURTOS:
Te pusiste encima de los días y les quistaste el sol. Estrujaste las horas hasta volverlas años. Teñiste los segundos de blanco y negro, haciéndolos indistinguibles. Estiraste las semanas y las despedazaste, de la misma forma que el pobre hace de su traje, trapo. Volviste ensordecedor el silencio de los teléfonos; pintaste de vacío el buzón sin cartas. ¡Ay de mí, mitad eterna desde que me robaste el tiempo!
ENCUENTROS
Todo iba mal hasta que apareció ella, camuflada entre las sombras de un anodino bar de carretera. Resulta difícil acostumbrarse a los escondites del deseo. Fui su elección, nunca entendí el por qué ni lo que me dijo. A fin de cuentas, poco importan las palabras cuando salen de unos labios que parecen hechos exclusivamente para comer melocotones. Sus ojos contenían más historias de las que sus caderas parecían capaces de albergar, pero tras una noche juntos descubrí que nunca debe subestimarse una pelvis de mujer. Desperté preparado para todo: para alimentarme el resto de mis días sólo con el recuerdo de sus piernas; para no volver a acariciar nada igual al sabor de su pelo; listo para convertirme en uno de esos a los que se les concedió una vez el cielo a cambio de la certeza de no volver a probarlo. Algunos a eso lo llaman amor. Para todo, en resumen, excepto para la visión de la factura en la mesilla de noche.

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