Como te lo cuento:: October 2006

Tuesday, October 31, 2006

DIÁLOGO

MIS DEDOS

Anoche nos despertamos deseando decirte algo. Como viene siendo costumbre desde que dormimos juntos, comenzamos a explorar las sábanas tímidamente, avanzando a trompicones, tropezándonos unos con otros. Nunca sé como reaccionaríamos si en vez de tu cuerpo encontráramos su ausencia durmiendo al otro lado. Cuando por fin distinguimos tu geografía casi no nos atrevemos a explorarla. Ayer no fue distinto.

Vacilamos unos segundos, parados en la línea que separa la tela y la piel, el sueño y la vigilia, tus labios de los míos. No temíamos despertarte, sino justo lo contrario. ¿Y si no nos buscabas como nosotros a ti?. ¿Y si no respondías?. Finalmente el índice no pudo contenerse y tomó el camino que asciende por la ladera de tu rodilla. Se paró en el hueco que se forma justo detrás de ésta, ese que en ti recuerda al estuche escolar de un niño, al agujero que excavan las gotas de lluvia en la arena de todas las playas del mundo. Nos miró, jadeando por el esfuerzo, y en su mirada vimos la promesa de lo que vendría después. Aquella fue la señal. Comenzamos a seguirle con pasitos cortos y rápidos, que pronto se convirtieron en una carrera alocada pierna arriba, hacía el oasis de tus caderas, hasta el campo que comienza justo debajo del ombligo. Nos detuvimos en el desfiladero que se forma entre tu coxis y la sínfisis del pubis. Desde que lo vimos por vez primera, supimos que no existe mejor paisaje, ni mejor mirador. Nos deleitamos, con la soberbia de los conquistadores, en el cambio de sabor que se aprecia en las dunas de esa zona de tu piel. Sabemos, con la certeza de los que no tienen pruebas, que son precisamente tus caderas las que nos condenarán. Ese accidente corporal ha quedado ya grabado en la memoria de nuestras yemas, y se repetirá de forma diabólica a lo largo de los años, de los kilómetros, de los cuerpos que nos separen. Lo sabemos, y cumpliremos gustosos penitencia.

Comenzamos el descenso al valle para transmitir al mensaje más antiguo del mundo. Tantas veces ensayado por miles de dedos que despiertan cada noche buscando otros dedos. Tantas veces repetido, tantas veces innovado. A veces roto y zurcido, otras en cambio estrenado. Un mensaje que comienza a existir en el momento mismo de ser comunicado, un diálogo que se improvisa sobre un conocimiento anterior a nosotros mismos. Cada noche sé que antes de hablarte no escuchabas, que al despertarte no dormías y que al tocarte te invento, porque antes de mi no estabas.

TUS DEDOS

Anoche nos despertaste deseando decirnos algo. En realidad fueron tus dedos los que interrumpieron ese estado del cuerpo y el alma del que se tiene conciencia justo cuando se termina. Ocurre como con ciertos momentos del acto sexual. Y como con todos los del proceso amoroso. Como viene siendo costumbre desde que dormimos juntos, escuchamos en silencio, disfrutando del conocimiento de que estabas al otro lado…de la cama y de tantas cosas. Te oímos avanzar por ese espacio que parece cambiar de longitud según quién lo recorra, haciéndose inmenso a veces, y otras claramente insuficiente, y no pudimos evitar pensar en nuestro primer encuentro:

Sucedió, como todo lo que reviste cierta importancia, en el entorno más vulgar que el destino encontró libre aquella noche. Fue nuestra primera madrugada. Subíamos las escaleras de casa en completa oscuridad, por lo que nosotros, los diez, nos encontrábamos ocupados recorriendo a veces las paredes con las puntas, y otras abrazando la barandilla con toda la mano para identificar un camino que aquel día parecía ligeramente distinto. Se terminaron los peldaños y comenzó el tiempo. Nuestros cuerpos se encontraban alineados en la misma dirección, inmóviles. Sinceramente, nunca tuvimos excesiva confianza en ellos. Lo que sucedió a continuación jamás habría tenido lugar sin las manos. Nosotros, los dedos, fuimos el verdadero efector. Intuimos que una vez más, debíamos ser el detonante. ¿Acaso no lo somos siempre?. ¿Quién, si no, es el encargado de robar una caricia, de rozar otros labios, de desabrochar cada tarde el botón que abre la puerta de tu escote?. Nos extendimos al unísono, con firmeza y dulzura, para tocarte en la frontera que separa de la falda la espalda, del cariño el deseo. Nosotros, los expertos en el arte de las caricias, nunca hemos llegado a comprender que hace de una vez la primera. Hemos asistido infinitas veces a la conversión del roce casual en invitación, y aun desconocemos el origen de esa sabiduría que improvisamente impregna de intención todos los gestos. Entendiste; cuando sucede todos entienden.

Desde entonces nos dormimos sabiendo que seremos despertados. Esperamos el mensaje que llega con la perfecta impuntualidad de lo desconocido. Te hemos recorrido cientos de veces, desde los atajos de tu cuello hasta el sendero que va a morir a los muslos, descansando sólo en el hueco de tus clavículas…y sin embargo, noche tras noche, nos desorientamos. De nada sirven las puntas palpando el camino como aquella vez palparon las paredes. A nuestro paso, tu cuerpo cambia. De pronto ya no perteneces a ningún mapa. Por eso nos aferramos a tu piel con fuerza, para no perdernos.