Como te lo cuento:: March 2008

Saturday, March 29, 2008

Regalos

No todos los días se reciben regalos así. Lo cuelgo sin cambiar una letra, intacto.
EL PERSONAJE -Por Almudena Oficialdegui.

Mientras esperaba su llegada me puse a poner en orden mis notas. Poco sabia de ella, Solo me había dicho por teléfono que era periodista, que había oído hablar de la investigación que estaba llevando a cabo y que si por favor le podía conceder un par de horas para que charláramos. Estaba a punto de darle una excusa para librarme de ella cuando me dijo que buscaba a Andrea Romera la escritora. Le dije que podíamos vernos al día siguiente en el antiguo café comercial

Ya estaba a punto de irme cuando vi que una mujer de unos cincuenta años de pelo corto color caoba con un abrigo abrochado con prisa se dirigía a mi mesa. Se disculpó por llegar tarde y me dijo que aunque no era su nombre, podría llamarla Susana, esa tarde. Le habían encargado que hiciera un reportaje sobre Andrea Romera en el año del centenario de su nacimiento. Había comenzado a escribir su biografía conocida por todos como figura relevante en el mundo de la medicina, pensando que no tendría mucho que aportar su trabajo. En la fundación que lleva su nombre estaba toda su vida profesional, premios, publicaciones y ensayos. Había intentado centrarse en Andrea de joven y en su vocación de escritora pero no había podido encontrar nada

Le pregunté si conocía a Los exasperados. Solo a través de ellos podría averiguar más. Me miró con desconcierto. Le conté lo que sabia.

La primera vez que oí hablar de Los Exasperados fue hace un año, mientras llevaba a cabo una investigación sobre los movimientos literarios de principios del siglo XXI. Era la época en la que la globalizaron cultural se extendía por todos los continentes y en la literatura se observaba un cierto vacío de ideas. Existían sin embargo fuera de los circuitos de las publicaciones mas leídas en papel una serie de grupos que querían estar fuera de esta universalización en la forma de escribir y buscaban otra literatura. Después de unos meses de lectura no encontré nada que mereciera mucho la pena y decidí abandonar la investigación.

En esos días, me invitaron a la universidad de Buenos Aires a dar una charla sobre la comparativa entre estos movimientos en Europa con los que surgieron en la misma época en América latina. Un hombre después de la conferencia se acercó y me dio un paquete. Se alejo sin dejarme apenas hablar con el. Dentro del paquete había una copia de un estudio sobre Becket firmado por Andrea Romera de febrero de 2008, varios textos suyos y de otras personas desconocidas para mi , así como un artículo escrito en junio de 2008 por Villa Matas, en el cual mencionaba el decálogo de Los exasperados en la creatividad de la nueva literatura. A partir de ese día centre mi estudio en este grupo.

Susana me miraba... algo en su cara me hizo dudar si realmente no sabia nada como pretendía aparentar. Decidí continuar de todas maneras

Los Exasperados eran un grupo de jóvenes que querían romper con la tradicionalidad en la forma de escribir. En un inicio lo constituyeron ocho escritores y un año más tarde el grupo se amplio. Andrea, la más joven de todos, fue sin lugar a dudas una de las que lideró la constitución y cohesión del grupo desde su inicio .En esa época Andrea empezó a trabajar como médica y se matriculó en la universidad para realizar una maestría sobre Literatura Comparada: Retrospectiva y Análisis. Tenía una gran capacidad para llevar acabo multitud de actividades paralelas.

Lo que no esta muy claro es como se conocieron. Parece ser que fue en julio de 2006 durante un seminario que impartía la poeta Graciela Baquero en la antigua Residencia de Estudiantes sobre “Creatividad en la Escritura: De la normalización al Vanguardismo”. Allí se encontraron por primera vez Andrea, Cristin, Pablo y Almudena

En octubre de ese mismo año, en un ciclo de conferencias que Graciela estaba dando en el Circulo literario Bukosky coincidieron de nuevo los cuatro y conocieron al resto de los que un mes mas tarde conformarían el grupo: Pancheva, Paloma, Alberto y Eduardo Waisman. Por Eduardo, Andrea procesaba una gran admiración. Argentino, y mas mayor que el resto, llevaba muchos años escribiendo y viajando por el mundo.

Decidieron juntarse todas las semanas con la idea de leer sus escritos intentando hacer cosas diferentes cada vez. Colgaron sus textos en lo que en esa época se llamaba blogg y se pusieron como nombre Los exasperados. El grupo quería recuperar las tertulias de la generación del 27 de principios del siglo XX. Constituían un grupo bastante cerrado a que otros participaran en sus reuniones ya que según ellos si se abrían llegarían a imponerse ideas ajenas y es justo lo que intentaban evitar. Eran bastante anárquicos sobre los temas que escribían haciendo básicamente lo que les daba la gana. Andrea fue sin lugar a dudas la que mas impulso la critica literaria y el análisis de los textos dentro de Exasperados con el apasionamiento que le caracterizaba.

Se reunían los miércoles en un bar de la calle San Bernardo de Madrid. Comenzaban a las ocho de la tarde y terminaban a veces rondando las cuatro de la mañana según la semana. Andrea se solía ir antes que los demás. Acababa de empezar a trabajar, era por tanto solo un R1 y tenia bastantes guardias

Al año el grupo se amplió con cinco miembros que serian ya los últimos en incorporarse. Andrea desde el inicio apoyo esta apertura. Su sociabilidad hizo de enlace y facilitó la integración.

Parece ser que en junio de 2008 el escritor Villa Matas, entro una noche en el bar en donde se reunían para buscar cambio para un parkímetro de los de esa época y mientras esperaba en la barra se fijó en un grupo que estaba sentado en una mesa cercana .Vio a una joven de pelo largo morena que sentada encima de una mesa leía maravillosamente un relato sobre un socavón en un salón que cada día iba haciéndose mas grande hasta el punto de aislar a las personas que vivían dentro de la casa. Después de leer el relato observó asombrado como el resto del grupo se lanzaba a desmembrarlo con críticas y risas... Hasta tal punto llegó su asombro que decidió sentarse a escuchar. Le dijeron que no podía hacer eso a no ser que leyera algo suyo. Que tenían un decálogo que no lo permitía Juanito uno de los jóvenes ampliados admirador de Villa Matas puso un grito en el cielo y dijo que por favor se hiciera una excepción. Andrea intercedió por él ante el resto y le dejaron quedarse solo con la condición de que si no leía, que por lo menos se emborrachara y acabara con ellos la noche borracho, enamorado y solo. Villa Matas parece ser que accedió aunque no sabemos si llego a cumplir las tres condiciones.





El decálogo... que no eran diez reglas y Andrea siempre defendió que era perfecto que no tuviera diez consistía en:

-Elegir un autor cada tres meses y leer toda su obra hasta terminar odiándole
-Adorar a Graciela como musa de los exasperados
-Realizar un análisis crítico de cada texto
-Escribir lo que a cada uno le diera la real gana
-Leer absolutamente todo lo que caiga en las manos de cada uno
-No dejar que ninguna persona ajena al grupo participara en las lecturas
-Prescindir completamente de cualquier tipo de teoría literaria
-Eliminar de Boris Vian, el adjetivo de escritor. Ante esta propuesta de Andrea, Crsitrin y Almudena se negaron en rotundo. …..No se sabe como acabo el debate

¿Que paso con ellos?

Desaparecieron de repente. A raíz del artículo de Villa Matas. Empezaron a llegar muchos curiosos al bar que pedían participar en las lecturas y pertenecer al grupo. Otros simplemente solo querían escuchar. Llegó un miércoles un periodista que les quería filmar., Parece ser que le llenaron la cámara de lacón después de decirle varias veces que les dejaran en paz. . Empezaron a sentirse agobiados. No querían cambiar de bar. y aunque quedaban otros días y a distintas horas pronto vieron que ya no era lo mismo, Empezaron a formarse en otros lugares tertulias similares pero con el fin de dar a conocer los escritos .Los exasperados reclamaban su intimidad y veían que estos nuevos grupos habían perdido según ellos el espíritu de creación literaria .

Decidieron no publicar nada y mantenerse solo en un efímero movimiento. Eliminaron sus referencias en la Web.

Susana me miro y saco de su bolsa un paquete. Me lo dio. Era una copia de “Retrato al otro lado de la mesa”, firmado por Andrea Romera en febrero de 2008 sobre la figura de Eduardo Waisman enviado desde Buenos Aires , y una foto de un grupo de jóvenes en un bar de principios de siglo junto a unos jamones colgando .

Friday, March 14, 2008

A MI HERMANA


Nació ya acostumbrada a la belleza. Resultó encantadora también esos tres años en que tuvo que llevar aparato y la comida se le atascaba en los dientes. Era la menor de las dos, y como la menor fue educada. Crecimos en una casa de esas con herencia perpetua: que si el jersey de tu hermana, que si sus muñecas, que si sus libros del cole. Más tonta. Más guapa.

Mis diecisiete llegaron como un desagravio genético. Se sucedieron términos y caras de médico. Índice de masa corporal. Síndrome metabólico. Desarreglos menstruales y mucha hambre. Mi primer y único beso en la boca resultó ser con Álvaro Poza, jugando a la botella. Al separarse se limpió la saliva de la cara con el dorso de la mano. Las únicas casas ajenas que visité fueron aquellas a las que mi hermana había sido invitada. Siempre que hubo una fiesta o acontecimiento en el instituto se me permitió acudir...a mí también. Sus calificaciones nunca tuvieron nada que ver con las mías, pero soy la clase de alumna a la que los profesores sienten que deben algún tipo de fidelidad. Supongo que creen que están compensando algo en ese compartimente estanco llamado adolescencia. Así, por caridad genealógica y llevando mis sostenes viejos, fue superando curso a curso el bachillerato y dejándose coger la mano en el cine, y acompañar a casa por otros que no eran yo.

Un día llegó el verano del internado. Mamá lo llamó “campamento” y papá puso el adverbio “solamente” delante de cada sustantivo. Sólo un mes. Sólo este año. Cuidarás de ella. Todo irá bien. El convento estaba situado muy cerca de un pueblo. A las 33 niñas se nos permitía salir dos horas por las tardes, en grupos, después del tiempo de lectura y antes de los rezos. Mi hermana, como toda mujer demasiado hermosa, o demasiado estúpida, no había congeniado bien con las otras internas. Estábamos siempre solas. Lo conoció el primer día, pero no se acercó a nosotras hasta el tercero. Mintió en su edad y fue evidente. Creo que jamás me dirigió la palabra. Nunca me fui, y ella nunca me lo pidió. Nos sentábamos en el camino del cementerio, sobre la piedra grande, y ellos se besaban hasta que llegaba la hora de volver. Un día quiso subir a la habitación a escondidas. Mi hermana se negó. Yo le expliqué como hacerlo. De noche, por el patio trasero; dejaríamos la ventana abierta. Nuestra ventana.

Él se tumbaba siempre encima, con toda la ropa puesta, hasta el abrigo. Empezaban a tocarse haciendo mucho más ruido del que parecía corresponder. Claro, que la proporción en el sexo sigue siendo un concepto ajeno para mí, a pesar de que miré todo el tiempo. Cada noche el crujir de sábanas y de huesos de la cama de enfrente se hacía un poco más largo, y cada vez se veían más trozos de hermana desnuda. Yo apagaba la vela de la mesilla de noche justo al final, cuando él se enfadaba. Para entonces la habitación entera olía a animal enjaulado, y él se iba dejando “todo a medias”. Así decía. Después mi hermana lloraba, y venía corriendo a mi hueco de los brazos, y me preguntaba suplicando. Y yo contestaba: “Sí lo eres. Toda una puta”.

Por el día, para hablar sin ser vistas elegíamos el hueco de detrás del confesionario.
Yo me esforzaba en encontrar la mentira adecuada. Recuerda: ni siquiera a ti van a esperarte toda la vida. Yo estaré ahí, a tu lado, en la cama vacía.

Se acercaba el final del verano cuando él le ofreció el pacto por primera vez. Le dijo que no era exactamente lo mismo, que no contaba igual. Nunca creí que aceptaría. La última noche ella lo esperó sentada en el borde de la cama, con los ojos demasiado pintados. Llegó antes que de costumbre y se desnudó de pie. Creo que los roces y los choques que sonaban a hueco duraron menos esta vez. Después la giró, y por algo que no entendí le sujetó fuerte los brazos a la espalda. Se dejó caer como una gallina muerta y mojada. Mi hermana comenzó a chillar y morder la almohada casi antes de que empezarán los empujones. Yo me levanté corriendo; la abofeteé para que se callara y le sangraban los labios de clavar los dientes, e incluso así estaba preciosa. Le envolví la cabeza con una manta, y él ni aún entonces me vio. Decía cosas que yo no entendía y la cara se le volvió de otro. Tenía la barbilla mojada con sus propios escupitajos, y a mí se me llenó el cuerpo con la imagen de Álvaro Poza limpiando restos de mi sexo torpe. Mi hermana ya no gritó. Buscaba, desesperado y enfermo, dentro de ese agujero por donde sale lo más negro.

***********

Le digo que no sé cuanto duró. Me vio mucho más tarde, mucho después de quedarse quieto, con los ojos también, respirando el silencio de la noche. Mucho después de abrirlos, y mirarla, o arrancar la toalla roja de su cara en calma. No sé cuanto duró. La vela estuvo todo el tiempo encendida y yo permanecí al lado de ambos hasta el final. Debía cuidar de ella.


Saturday, March 01, 2008

RETRATO DESDE EL OTRO LADO DE LA MESA

Para Eduardo

Me lo contó en un bar de esos que son imitación de otra cosa, o de otro sitio, un local con la misma funciones que las fotos de parque temático en las que se mete la cabeza dentro de un cartón pintado para ahorrarse un viaje a México, o sentirse vaquero, o cenar con Marilyn.

Me aseguró que es jodido nacer bajo el sino del número primo. Así, con las manos un poco levantadas, a punto de tocar la mesa, y los ojos siempre tocando la vida. Su abuela le explicó tantas veces que era imposible escribir con hambre que se lo creyó, así que cada poco pedía que nos rellenaran el plato, o que nos trajeran más, o que sé yo, porque es difícil predecir cuando empiezan las historias, aunque lo que está claro es que sucede mucho antes de la primera frase del papel, así que mejor venir ya comidos de casa, como quien dice. Todo eso mientras dibujaba en la servilleta funciones matemáticas, que por lo visto sirven para predecir el futuro, y horizontes cortos que la gente que no sabe de estas cosa llama rayas.

Se dispuso entonces a contarme esa existencia suya marcada por el no poder dividirte más que por la unidad y por uno mismo. Nació en el séptimo portal de un 11 de noviembre, quinto piso, primera puerta. Después calló unos instantes, esperando, porque sabía que las cosas que no se dicen también gastan tiempo, sólo faltaría que nos salieran gratis. Usamos en silencio los segundos correspondientes a la explicación de esas coordenadas que no son lugares anónimos en todos los mapas excepto en el suyo, sino que pertenecen al cruce de calles con el que Borges solía soñar, ese que metía en todos sus cuentos para que los profesores de Literatura tuvieran algo sobre lo escribir sus tesis, y las putas un lugar famosos en el que apoyarse, y Eduardo un alguito del que sentir vergüenza, porque el romanticismo geográfico suele ir reñido con el rigor científico en que pretende vertebrar su vida.


Lo que sí dice, y totalmente en serio –aclara- en broma sólo hablo de política, es que fue su profundo desprecio a los turistas agolpados bajo su ventana y a un seminario de tres semanas que tuvo lugar en el sótano y llevó por título “ La esquina borgiana: clave para entender el concepto de tiempo circular” , el responsable de la consagración de su vida a todo aquello que se suma y resta, que lleva con elegancia cualidades de cuatro sílabas como ser “necesario” y “suficiente”, y cuya única incertidumbre se encuentra en principio en la capa del átomo, que en aquella época era lo más chiquito que alcanzaba a imaginar.


Cuando fijamos esta cita biográfica pusimos las condiciones por adelantado y con honestidad: Sólo nos contaríamos mentiras. El vino sería Syrah de California. Así, nunca hablamos de cosas íntimas, salvo usando construcciones indirectas y abstrusas. Y sin embargo lo que escribo sucedió de verdad, o le sucederá en una de esas mil existencias que la gente como él lleva a cuestas. Hay cosas que se saben más allá de las palabras: están escritas en los cuerpos desnudos o sin zapatos o en una primera frase de taller de escritura antes de dejar paso a todo: Milagro, ni siquiera la generosidad del plural.


Pasó por la por la universidad como se pasa por dentro de los trenes muy llenos: incómodo en una postura angulada en la masa; viendo el mundo que se mueve afuera, y comprendiendo su propio vértigo en el nistagmo ajeno. Me habla de sus materias, de lo concreto y de lo infinito, y no menciona entre las mentiras que está obligado a contar que fue ahí que vio llorar a un hombre por vez primera. Adulto, judío; profesor de tesis; en un cine; una única lágrima, también prima.

Tampoco explica, porque sería verdad, y la verdad no es literatura, que fue en el aula donde conoció a Gabriela. Era ella la que se sentaba a su lado, la que lo elegía a diario con obsesión bovina. Entre ambos siempre un hueco, para Silvia, absurda en su ausencia perenne; estupenda en su no venir. Gabriela llegaba tres minutos tarde a todas las clases, los necesarios para que el aula entera contuviera el aliento esperando ver a aquella criatura mansa y fuerte abrir de un empujón la puerta, caminar sin intentar no hacer ruido a su sitio en la fila ventinueve, mirar a Eduardo con todo lo ancho de su mandíbula hasta que éste se levantaba y dejaba el asiento subir con rebote automático, para pasar de puntillas entre él y la mesa, no tan pegada al pupitre como la educación requeriría y oír entonces un “discúlpame” masculino absurdo que parecía salir de todos los presentes y referirse a cualquier cosa que no fuera contemplar aquel instante colectivo en el que se tenía plena conciencia de asistir a un acto privado, perteneciente sólo a ellos tres.


Eduardo me dice así: yo después, de aquellos trece segundos diarios, sólo recordaba una cosa: su nuca flotante. La nuca, larga, con una ligera hendidura, simétrica, achocolatada casi. No podía ni pensar en como se conectaba esa nuca con el resto. Me limitaba a mirarla con avidez parasitaria, pues sabía que mi destino estaba ya ligado a ese trozo de cuerpo de aristas curvas, que mi yo en el mundo se alojaba justo en ese pubis cervical que se me detenía enfrente de los ojos cada día, con una pizarra manchada de números al fondo. El hambre de crear se hacía tan concreta y tan exacta como la erección, tan milimétricamente reproducible como ésta, tan ligada por igual al principio de causalidad, que convertía aquel momento, mitad animal, mitad humano, en el hecho más científico que he presenciado jamás.

Y se sentaba finalmente Gabriela, y Eduardo se resguardaba en el alivio de su perfil. Durante los 59 minutos siguientes jugaban a creerse la impostura, a participar en la obra de teatro que transcurría entre la tarima y los 97 pares de rodillas flexionados. Después ella sacaba un libro del bolso abultado, pareciendo casi, por un segundo, que le iba a ofrecer de nuevo el puente que le unía los hombros. Apoyaba el volumen en la silla vacía del medio, con desdén. Se lo das a Silvia mañana, si la ves - ordenaba antes de salir por el otro extremo de la fila. Eduardo tocaba lentamente el cuento...quiero decir, que para entenderlo hay que ver a un hombre torpe en un aula desnuda levantando por primera vez Rayuela, Pedro Páramo, Conversación en la Catedral, tantos otros, tanto regalo. Y marchaba a casa con el paso prieto, y entraba a un cuarto que hacía ya mucho que pertenecía a Gabriela, para sentarse en la cama con la espalda encajada en esa esquina que Borges llamó rosada y que nos pertenece a todos, a ver pasar corriendo la noche por entre las páginas con la desesperación con que un perro le ladra a la luna.

Y ahora es él, y no el bar en el que estamos bebiendo, el que parece imitación de otra cosa, o de otro sitio. Después de contarme esto se le han puesto los ojos de los que miran al sol directamente, y el alma también. Se ríe y me pregunta que otra forma tenía entonces de hacerle el amor a aquella mujer que no podía tocar, sino escribiéndole. Al principio, todo eran palabras sueltas, con filo de crueldad y frío sin sol y sin remedio. Durante muchos años cabalgó tambaleándose entre el éxito y el fracaso, consciente de que ambos eran caras de la misma moneda, puentes de improbables retornos. Ahora, cada miércoles, tercer día de los siete de la semana, el autor de “Propiedad Privada”, el libro más vendido en los cinco continentes, se sienta humildemente en otras coordenadas extranjeras de una vieja librería madrileña, ciudad donde caben todos los exilios, aun aquellos inventados para corregir el destino.


Y allí juega a ser feliz y a contar mentiras... y a escribirse el pensamiento cuando no alcanza a tocarse, para hablar, a través de los otros, por fin de sí mismo.