Como te lo cuento:: May 2008

Thursday, May 08, 2008

EXPURGO


Basado en una historia real.

EXPURGAR: limpiar, purificar. Tachar o suprimir en los libros o impresos, por orden de la autoridad competente, palabras o pasajes irreverentes o inmorales.

Lo único que te dejaron fue el móvil. “Es sólo para recibir” –repetías, y nosotros no escuchábamos. Estoy segura de que al principio no eras capaz de distinguir una cara de otra, un médico de una enfermera o del alguien que en otro idioma y a tirones hace ya mucho te arrancó la ropa. Te ducharon nada más entrar en la habitación. Después de todo, el mal olor es internacional. No parecías querer entender que aquello era el paritorio de un hospital de esos donde la gente se siente orgullosa de decir que trabaja. No te presté especial atención. Te miré y no pediste por favor. Ni siquiera me molestaste, porque no chillabas, ni tenías un alguien torpe o artificial a tu lado. De todos los quirófanos, el tuyo era mi favorito. Se encontraba justo entre “Expectantes” y el “Despertar”.

Es menor y rumana” – sentenció la matrona sin dejar claro cual de las dos cosas le parecía más condenable.

Lo siguiente no tuvo que aclararlo nadie. Embarazada y sola. Valga la redundancia.

Empecé hablándote despacio y como todos los presentes, terminé haciéndolo alto. Levanté la mano con el documento: “Esto es el consentimiento informado”. No entendiste y no supe si achacarlo a la falta de idioma, a la falta de edad o a ese dolor que hace a las mujeres pedir que se lo quiten o las maten. Pan bendito, tierra prometida, anestesia epidural. Hospitales, territorio del cuerpo. Huerto de vaginas rasuradas donde se cambian las caricias, los amantes esposos, la sagrada Biblia y demás bálsamos del alma por 10 mg de bupivacaína inyectados en un espacio virtual a milímetros de la duramadre. Qué pequeños la familia, el amor y la patria, cuando de verdad duele. Y sin embargo tú abrazas aquel ridículo teléfono. “Llama a un adulto. Esto no puede hacerse sin un adulto”. Ser madre y educar, en cambio, por lo visto sí.

“Es sólo para recibir”-repites. Por primera vez desde que nos miramos, me esfuerzo realmente en comprender y sucede ese milagro que se llama comunicación y que no necesita de un idioma común. Tu tía, dices, juras, te dejó en la puerta de Urgencias de un país extraño porque había llegado el momento. “Tenía que irse; es buena”. Te dio un móvil. Ningún número. Aseguró que llamaría ella cuando hiciese falta. Durante un minuto enorme como los 3 kg 300 gramos de niño que estaban por reventarte el útero, callamos todas, y sólo se oyó el latido cardiaco amplificado de nueve corazones fetales en sus nueve paritorios en fila latiendo al unísono.

Esperamos hasta los 8 cm de dilatación. Entonces me puse en cuclillas, a ras de cama, para mirarte directamente a las lágrimas. “Llamalá a ella, a él. No les pasará nada. No buscaremos datos. No habrá asistente social. No habrá parte judicial. Hace falta la firma de un tutor. Sin responsable, no hay analgesia”. Curioso sistema éste, que hace ilegal el alivio. Me consuelo pensando que te prohibiría también quedarte embarazada, y parir, si pudiera. Y lo llamaría justicia.

Cervix maduro. Cuello en máxima dilatación. 10 cms y no han llamado. Agarras el teléfono más fuerte en cada contracción. Salgo. Dejo atrás las madres que van a nacer, cruzo la sala de familiares donde alguien ha modificado el cartel para que se lea “Sala de Des-espera-ción”, me meto en el cuarto donde van los médicos cuando no tienen nada que hacer. Abro un libro que me dejó un amigo. “Es uno de esos que te regalan en la biblioteca. Comprueban los préstamos, y cuando lleva años sin ser solicitado por nadie, simplemente lo apoyan en el mostrador para que lo coja quien quiera, y se lo lleve”. Paso la primera página, donde el sello dice “EXPURGO” y me tapo los oídos para que no me moleste el estruendo de los cientos de móviles que suenan fuera.